Dios
a la carta
Mística
y espiritualidad
La
realidad que vive el mundo actual, pareciera que se ha convertido en un gran
menú en el cual puedo escoger al antojo la experiencia que quiero tener,
convirtiendo la libertad en un acto de autosatisfacción muy lejana de la
autorrealización.
Esta
mal entendida libertad individual, de la que se derivan muchas ideas que
simplemente se reducen a una opinión, que en algunos casos puede ser muy
valiosa, pero que solo es eso, y que nos delimita al grado de estar en un relativismo
total: “todos los valores, culturas o creencias son válidos en tanto que me son
útiles y sólo durante el tiempo que me son útiles. Siempre pueden ser
cambiados, abandonados o recuperados”.
Los
fenómenos externos, religiosos, culturales, políticos y económicos, van permeando
este proceso, cayendo en sincretismos que llegan a la vulgaridad y
extravagancia que lejos de motivar una identidad propia, parece un recorte de
muchos periódicos y revistas.
La
necesidad de sentirse vivo, ha hecho que caigamos en verdaderos extremos donde
la dignidad humana es lo último que nos preocupa, haciendo una amalgama de
pensamientos, ideologías, sentimientos, religiones y experiencias pseudo
religiosas, que lejos de fortalecernos debilitan y fragmentan convirtiéndonos
en esclavos de nosotros mismos.
Uniendo
ideas tan contrarias y opuestas entre sí en el que solo se busca el bienestar
del individuo (físico, psicológico y emocional) pero no como un desarrollo
humano trascendente, sino como algo momentáneo y pasajero que cuando se nos
pide algo que no nos gusta o agrada simplemente lo cambiamos, la manera más
simple de vivir el utilitarismo.
La
sensación de sentirme bien es superada por el hacer el bien, y disfrazamos el
compromiso social con actitudes que en el fondo tiene egoísmo y protagonismos
donde usamos al prójimo para retratarnos cuando hacemos nuestra buena obra o
retratamos nuestra imagen como símbolo de bienestar haciendo un cóctel de
esoterismo, astrología, pseudociencias, dietas de adelgazamiento, técnicas
orientales, psicoterapias timadoras, y rollos de superación personal que solo
miran el momento, no el destino final del hombre.
Queremos
leer o interpretar los acontecimientos del mundo bajo ópticas muy variadas,
algunas con vidrios muy amarillos o rojizos, queriendo justificar por un
supuesto destino que tiene todo puesto en el cual somos títeres de alguien más
y que fácilmente culpamos a Dios, reduciéndolo a nuestras necesidades y miserias, al que tengo que decirle qué y
cómo hacer, porque parece que ya se olvido de cómo ser Dios y de todo eso malo
él es el único responsable.
Las experiencias de malestar se ha convertido para muchos en una permanente,
presionados por las estructuras deshumanizantes, las noticias muestran muchas
razones que generan más desánimo, creando miedo, odios, venganzas y rencores
que van dañando nuestra relación con los demás y complican nuestras relaciones
interpersonales.
Es
lamentable que cada día menos personas quieran comprometerse con el otro, en
relaciones estables, en vínculos de vida que nos ayuden a perfeccionar y crecer
como personas, recordando que esta vida no es nuestro destino final.
La
vocación es el llamado a perfeccionarnos con los vínculos que generamos con los
que nos rodean, un sacerdote o religiosa se perfecciona al entregar su vida por
la Iglesia, por su comunidad, al hacer presente el Evangelio, llevar la buena
nueva a los mas necesitado, cualquier actitud diferente a esta tarea, es contra
el mismo, una pareja se perfecciona al entregarse y vivir el compromiso del
amor, así como Dios ama a la Iglesia y ese amor engendra, así el amor conyugal.
La
crítica se ha convertido en burla, en ofensa que no responsabiliza ni muestra
el compromiso de vida, ni alienta a mejorar. Es triste ver como las redes
sociales juegan con la distorsión de la verdad, con una imagen, divide más que
enriquecer.
Parece
que la dinámica actual es la descalificación del otro que no es como yo,
eliminar sin propuesta, esperar el error ajeno que debilita y que no genera
cosas positivas, proyectos, investigación, creatividad que desarrolla, y sea
innovadora.
En
esta realidad es donde encontramos inmersa la espiritualidad y mística, en que
la rapidez de los medios de comunicación abruma y no dan paso a la reflexión,
donde la exhibición es justificada,
mostrar sin pensar en las consecuencias.
Ante
este marco debemos de reconocer la posibilidad de vivir una espiritualidad
comprometida, purificada de los elementos que la distorsionan, evitando
sincretismos religiosos, fortaleciendo todas las áreas de nuestra vida.
Me
preguntaba una persona si la Iglesia no tiene libros de superación personal, la
respuesta es que no lo hay de modo literal, pero sin lugar a dudas el Evangelio
es la superación máxima del hombre, el ejercicio de las virtudes nos identifica
y perfeccionan haciendo que experimentemos nuestras propias capacidades y
replantemos metas diferentes.
Una
mística es la experiencia y vivencia del misterio, el momento personal y único
en que experimentamos a Dios, y a pesar de ser individual, tiene un elemento
comunitario que alienta y fortalece.
Ejemplos
de esto lo encontramos en muchos hombres y mujeres que teniendo una experiencia
personal –mística-
redefinen su entorno, una actualización de nuestra relación con Dios generando
una espiritualidad que abarca todas las áreas del hombre, físicas, afectivas,
materiales y sociales.
Digámoslo
más simple: la mística responde con el compromiso de haber tenido una
experiencia personal con Dios, la espiritualidad es la unidad de esta
experiencia en todas las áreas y momentos de la vida de conversión.
Si
pensamos que la espiritualidad es tener de memoria muchas oraciones y actos
piadosos, posiblemente no hemos entendido nada, cuando en realidad nos debe
mover a vincularnos con todos los que nos rodean, este elemento puede es
esencial de una experiencia plena de Dios.
Si
alguna persona siente rivalidad con otra espiritualidad, posiblemente no sea
real, lo mismo que pasa en los movimientos y asociaciones en la Iglesia, no
pueden tener diferencias entre ellas, ya que responden a realidades diferentes,
sea para matrimonios, jóvenes, adultos, solteros, niños, etc.
Si
nos preocupamos como pasó en el evangelio con los discípulos pensando quien es
el más importante, posiblemente estemos perdiendo de vista toda nuestra razón
de ser:
-"¿De
qué discutíais por el camino?" Ellos callaron, pues por el camino habían
discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y
les dijo: "Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el
servidor de todos." -(Mc 9, 33-35)
Parece
simple, ser el servidor, sin vanidades, sin egoísmos, sin soberbias de por
medio, seria tan absurdo como decir que una madre da de comer a sus hijos para
que los vecinos la feliciten, o pensar que un sacerdote celebra los sacramentos
pensando en el aplauso.
Vivir
una espiritualidad es tener la certeza de que actuamos conforme a lo que Dios
nos pide en una realidad determinada, como quien sirve en un hospital, o en un
orfanato, lo mismo que en su familia con sus hijos y hermanos. Hacer lo que nos
toca, con amor, alegría, sencillez y humildad de corazón.
La
mística es esa experiencia personal con Dios, y se puede tener de muchas
formas, algunos la tienen en un retiro, o en un momento difícil en la vida y lo
experimentan, por lo que vivir un momento personal con Dios revela su amor de
Padre.
La
Iglesia tiene grandes ejemplos que a pesar de las limitaciones humanas después
de tener la experiencia hay un cambio, conversión, renovación, actualización de
la vida, los santos son un ejemplo de esto, después de vivir de cierta manera,
tienen su experiencia de Dios y cambian “metanoia” que se traduce del griego como cambio de
mente, conversión, y nunca se contrapone con otra vivencia mística o de Dios.
No
podría imaginar a san Francisco pensando que es mejor su espiritualidad a la de
san Benito, o san Ignacio de Loyola
peleando con san Juan de la Cruz. Cada místico tiene una experiencia personal
que se une a la Iglesia entera, y responde a un momento determinado de la
historia, una circunstancia particular en la que se renueva la Iglesia.
En
esta respuesta esta la trascendencia ansiada del hombre, en encontrar a Dios en
la actualidad, en el pedacito de mundo que nos ha sido confiado, y del cual nos
pedirán cuentas.
La
espiritualidad no es algo teórico, más bien es algo que compromete todas las
dimensiones de la existencia: Identidad, conciencia, actitudes, relaciones,
escala de valores, lo contrario en muchos casos seria reducirla a solo
memorizar oraciones sin comprender lo que implica el ejercicio de las virtudes.
Si
tenemos la vivencia de Dios en nuestras vidas, podemos caminar bajo la
asistencia del Espíritu Santo que nos alienta a seguir, a pesar de que podamos
caer en el error, si tenemos la humildad podremos retomar el camino con el
seguimiento de Cristo, los valores evangélicos, la eclesialidad, la vivencia
sacramental, lo contrario es caminar bajo nuestras propias fuerzas, con
nuestras limitaciones humanas, bajo una racionalidad influenciada y
condicionada por el miedo que lejos de nutrir, nos debilita.
Los
retos son muchos, las realidades nos presentan situaciones complejas,
difíciles, incluso dolorosas, donde todos los sectores de la sociedad están
metidos, directa o indirectamente, sea política, cultura, sociedad, religión,
economía, en los que debemos comprometernos y responder.
Cada
santo logró descubrir esto en su vida, en la sociedad en la que le toco vivir y
responder, transformarla, encontrar a Cristo en el enfermo, en el que sufre, en
el abandonado, haciendo vida el Evangelio con las obras de misericordia.
Es
curioso como algunas personas le dan mayor peso a las palabras de líderes de
otras religiones o filosofías orientales, sin conocer de fondo la riqueza que
tenemos en nuestra propia fe, la
profundidad del Evangelio, el sabor que cada santo descubre al hacerlo vida,
tener el alimento justo y necesario, es una forma de desprecio por algo más
barato.
Mística
y espiritualidad están unidas en la actualización de nuestras vidas en el
encuentro con Dios, sin mezclas ni amalgamas que solo condicionan nuestra libertad,
que nos aferran a este mundo, cuando debemos tener presente que la Iglesia esta
viva, y debemos ser heraldos de buenas noticias.
Dejemos
que Dios haga su parte, haciendo lo que nos corresponde, y todo estará bien,
como lo dice Jesús en el Evangelio: “…echan el
vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.” (Cfr.
Mt. 9, 17b).
Dios
está vivo, la Iglesia está viva, y el Espíritu Santo renueva la faz de la
tierra, por lo que debemos estar atentos, para reconocer como se manifiesta
Dios en nuestras vidas y ¿Cómo debemos responderle, si vivimos la fe, la
esperanza y la caridad? o ¿Solo somos un catálogo de fórmulas mágicas o de
oraciones sin comprensión?
La
oración siempre debe movernos a la acción, de otra forma es estéril, se queda
en un buzón de sugerencias y quejas para Dios, vivir una espiritualidad es
asumir la parte que nos toca en el mundo y responder con nuestro testimonio de
vida, comprometidos y responsables, para que cuando oremos con fuerza, valor y
compromiso para ser actores y protagonistas en este mundo tan lastimado y
fragmentado.
Carlos
Escorza Ortiz
Teólogo
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