Compartimos con gusto este artículo del Lic. Raúl Natanael Hildt, teólogo Seminario Internacional Teológico Bautista y estudiante de la Lic. en psicología de Pontífice Universidad Católica Argentina.
Hablar de teodicea como
una cuestión plenamente filosófica, es una cuestión errada para la teología
bíblica. Siguiendo al teólogo Paul Tillich, podemos aseverar, en cierto punto, que todas las afirmaciones teológicas son
existenciales ya que estas incluyen al individuo que las pronuncia. En todo
caso la existencia es “mi existencia”.[1] El
hombre bíblico, es fiel a la realidad ya sea en su forma de profeta, salmista o
siervo, etc. es un sujeto individual e inconformista, semejante a un péndulo que va y viene por los sentimientos menos
inapropiados y problematizantes de la vida, la felicidad y la zozobra, la
esperanza y la angustia. Y en este
punto la filosofía y la teología se dan la mano, “se funden”. Tanto el contacto
con el sufrimiento y las situaciones límites, en torno al exilio, producen
indiscutiblemente un insipiente filosofar hebreo.
Propongo, siguiendo la
intención de la obra, que la “teodicea” sea considerada como particular de cada
individuo, no existe la “correlación existencial”. Cada “teodicea” está
enmarcada en tiempo y espacio por el individuo y sus circunstancias; no existen
dos individuos que respondan en formas análogas a problemas semejantes. Job por
momentos tiene la responsabilidad de responderse individualmente a cuestiones
sobre su fe, y no dogmatizar a partir de él a la comunidad. La comunidad desde
el individuo experimenta a Dios, y desde el individuo puede responderse por la
comunidad.
La “teodicea” es una
reflexión humana, no es cuestión de Dios, por tanto la experiencia religiosa
inexorablemente subjetiva debe responder la cuestión. A su vez la experiencia
subjetiva no está sola. Aunque le pertenece al individuo, el individuo consta
de lo que explica P. Tillich como autorevelación,
es decir, la manifestación que Dios realiza de Sí mismo, lo cual, es lo único
que el hombre puede alcanzar de Dios desde su razón,[2] y
la cual el hombre puede responder con toda la existencia. La revelación rechaza
el dios que el hombre hace a su
medida, y acepta el Dios que queda en la apertura formada a partir del
sufrimiento y felicidad humana.
Descartemos en nuestra
teodicea, una cuestión que la obra no presenta, sobre la cual no tiene interés,
es decir, la existencia de Dios. El autor la da por sentada, Job tiene la misma
certeza de los males que le atormentan, como la presencia de Dios,
independiente de lo sucedido. Por esta misma razón, reúsa a lo largo de todo el
libro a maldecirlo;[3]
Job en pocas palabras pretende que Dios
actué como Dios. Hay un solemne e indiscutible respeto a lo largo de todo
el libro hacía la figura del Dios de Israel. Job está seguro de la presencia de
Yhavéh, paradojalmente su físico y estado anímico lo evidencian; lo que no se
explica es su ausencia, su desaparición retributiva; por eso comienza a indagar
y no a justificar. Leibniz escribió que “el derecho universal es el mismo para
Dios como para el hombre.”[4] Lo
que por momentos dejaría a Yhavéh acorralado por su creación y por su propia
ley.[5]
Job recrimina a Yhavéh haber quebrado el orden moral del universo; ya que el
justo es castigado y el malo saca partido de su maldad. Y Yhavéh como juez
supremo, está permitiéndolo.
La propuesta de esta
tesis, es en pos del particularismo. El libro de Job nos obliga a enfrentar el
problema como algo personal y a respetar al individuo.[6]
Hay algo que resolver entre el hombre
y Dios. El enfrentamiento de estos dos misterios señala un abismal espacio
existente entre la regla institucionalizada y la realidad viva del sujeto
religioso.
Es abismal la distancia
entre el hombre y Dios. La tierra está rotundamente separada del cielo, es
decir, hay un enfrentamiento entre la finitud y la infinitud. Por su parte Job
nos lleva a señalar que Job como sujeto no está completamente caído, ni completamente herido en la naturaleza de su razón, Job
es preso del abismo que hay entre él y Dios.[7] El
dogma no le salva, por el contrario solamente le condena. Job, por su parte,
encuentra el mayor sustento en su interior, encuentra que depende plenamente de
Dios. El cosmos u “orden mítico”, por su parte, condiciona a Job a una realidad
que no eligió, la “obligación a existir como…”, el hombre está “condenado” a la
posibilidad de no ser Dios. [8]
“Condenado” a ser diferente a Dios y esta es, en último sentido, la verdadera
“teodicea”, que imprime la imposibilidad que tiene el hombre de no poder pensar
las acciones de Dios como “Dios”,[9]
Job ahora “sabe”, deja de ignorar, deja la inocencia y piensa, interroga, como
si hubiese comido del fruto del bien y del mal con la voz de su consciencia,
pero: sin pecar.[10]
Job aclarece la
consciencia oscurecida por la apostasía del hombre contra Dios, ahora dicha
consciencia cobra luz. Job, encorvado, se endereza a la luz de su consciencia:
¿de dónde proviene? Si no es de la profundidad de su ser, de la misma impronta
de Dios que sobrevive en él. En éste caso, la luz, es provisionada eternamente
por Dios, está situada en la eternidad de Dios. Si el hombre se alejó en la
apostasía, Job, sólo Job, le acerca el hombre a Dios, como en el Edén vuelve a
tener a Dios; Job tiene la verdad ante la tradición que le inculpa una caída,
herida, etc. Que no tiene.
El libro de Job al
protestar y llamar a la cercanía a Dios, deja al descubierto dos puertas: Por
una parte: se desnuda la tentación de justificar a Dios y unirse a los tres
amigos doctos, renunciando así a la consciencia personal. Y por otra parte,
señala que “algo de Dios” hay en todo lo turbio de sus palabras.
Job reconoce con razón y abiertamente que su corazón no le acusa.[11]
Soporta el dolor, pero sabe que no lo merece y así demuestra su amor al
Creador.
─ ¡Soy inocente; no me
importa la vida;
Desprecio mi existencia! ─ (Job 9:21).
─ ¡Por Dios que me niega
mi derecho;
Por el Todopoderoso, que me llena de amargura,
Mis labios no dirán falsedades,
Mi lengua no pronunciará mentiras! ─ (Job 27:2) [12]
─ ¡Mi justicia está
intacta y no cederé!
Mi corazón
no me reprocha nada de mis días pasados.─ [13]
Es más, ensalza la
sabiduría de Dios con destreza y atino (28:1-28). Job, fiel a sí-mismo, habla
como si sus palabras reflejarán un marchar desnudo por el Edén sin nada que le
avergüence,[14]
mientras que sus amigos hablan como si Dios tuviese la vista sobre ellos y en
cualquier momento apareciese a manifestar su desnudez. Job no somete su moral a
una fe que no le pertenece, que viene desde afuera, sino que funda su fe sobre
aquello que le dicta su conciencia moral “Job cree lo que su conciencia le
permite creer.”[15]
Y esto es lo que premia Dios de Job (42:7) y bien sabemos que esto no es
libertinaje moral.[16]
Lo característico de la actitud de Job es que éste no hace depender la creencia
en Dios de la posibilidad de la explicación o justificación del sufrimiento,
sino como escribe P. Ricoeur, es una fe que cree en Dios “a pesar de…” en
último caso es a Dios a quien se recurre contra Dios.[17] O
aún, dicho de mejor forma, se cree en Dios a pesar de Dios.
Job se mantiene y
sostiene firmemente en el absurdo, donde él tiene razón y Él tiene razón. Ambas
razones son coexistentes y deberían incluirse, pero... es absurdo.
En otras partes de la
biblia, un salmista cantaba: “Los cielos narran la gloria de Dios y el
firmamento relata sus obras.” En las criaturas se divisa la mano del Creador.
Esto también lo reconoce Job en el capítulo 9 del libro. Tanto Job y el
Salmista reconocen la inconmensurabilidad de Dios, donde la grandeza del
universo nos lleva a la grandeza de Dios. Por su parte J. Barylko explica la
diferencia entre el sentir de Job y el sentir del salmista:
“…Pero mientras para el Salmista este
reconocimiento es motivo de éxtasis poético y de glorificación de la divinidad,
para Job, en cambio, es motivo de desesperación, de reconocimiento consecutivo
del abismo que separa al hombre de Dios y, también consecuentemente, de la
imposibilidad de dialogo y comunicación. Frente a la grandeza de Dios, Job se
siente nadificado. ”[18]
A continuación y en
consideración de todo lo dicho anteriormente, despejaré algunas cuestiones que
complejizan la marcha de la reflexión, una vez adentrados en nuestra
epistemología de la “teodicea” podremos quitar, la muerte y el mal de en medio, ya que estos son señales propias
de la finitud humana, si lo pensáramos de otra forma, tendríamos una “teodicea”
de otra índole y cabría dar espacio a preguntarnos ¿Por qué el hombre no hace
nada por mantener el orden de la creación? Como si él sería el sustentador de
la misma, y el hombre a no ser Job no es referente en esta cuestión; de lo
contrario él sería el único responsable en tremendo azar. Y esa pregunta le
corresponde al Génesis 2-3.[19]
Donde encontramos al hombre queriendo ser Dios. Lo cual, concluye con el costo
mayor: expulsión del Edén, a mi parecer, es la pérdida de armonía de hombre con
su Creador. Irremediablemente ahora el hombre (שֵׁם →shem) se dirige a la muerte, desde aquí
comenzará anhelar profundamente la vida y buscará justificarse bajo cualquier
método, sin importar el nivel sínico del mismo.[20]
Job, por su parte, se siente condenado a la existencia, desea no haber nacido.[21]
El “mal moral”, el cual
está en una rúbrica distinta al “mal físico”,[22]
El mal moral por corriente, siempre se juega entre víctima y verdugo. La
existencia de acusación, acusador y acusado, nos brinda los elementos de
impugnación, es decir, cuando la comunidad (acusador) acepta una norma como
vigente por desprendimiento tradicional, implica una censura (acusación), que
tiene la función “consiste en hacer sufrir”[23]
al participante social (acusado).
La “teodicea” por su
parte nos deja señalado que el hombre no soporta ser distinto a Dios. Ya que si
Dios se retira a su trono y el hombre se haya ejerciendo su libertad se formula
una verdadera “antropodicea”. La dirección de la misma no será solamente
vertical, sino horizontal, apelando a la acción humana en la historia.
[1]Paul
Tillich. Teología sistemática I. (Salamanca, Sígueme, 1982). Págs.
344-347.
[2]Sea
en el orden: cosmológico, filosófico, teológico, psicológico, etc. Para una
reflexión en esta cuestión se recomienda, Walter Kasper. El Dios de Jesucristo. (Salamanca,
Sígueme, 1985). Págs. 7-160.
[3]Job
señala la excepción a la regla. La mayoría de los que se sienten abandonados
por Dios, aprovecharían el descuido del “Padre” terminando por hundirse y
perecer, prácticamente incapaces de pronunciar ni que sea una lamentación. Job todo lo contrario; esto es sello de
la fidelidad a él mismo, lo que Dios felicitaría en al final del libro.
[4]R.
P. Labrousse. En torno a la teodicea. Nro. 4. (Tucumán, Facultad de Filosofía
y letra, 1945). Pág. 1,
[5]Considerando
la arbitrariedad y la inconstancia del universo. ¿No queda recriminado el
Creador por su propia creación? Job en su defensa no se lamenta, ni se queja, de
los tormentos que le sorprenden, sino porque protesta, reprocha ya que Dios no está manteniendo el orden
acordado. Yhavéh no actúa de esta forma trasgrede la ley que el mismo creo. Ver
Karl Jaspers, La fe filosófica ante
la revelación. (Madrid,
Gredos, 1968). Pág. 357. Y P. Ricoeur. Finitud
y culpa. Pág. 454.
[6]Aunque
podría considerarse la comunidad como un plus (heideggeriano) de la comunión de
personas y enfrentar la cuestión desde este plus,
pero la obra no lo permite.
[7]Paul
Weiss resalta la oposición (“testimonio”) que hace el libro de Job a la
creencia de los teólogos, los cuales afirman que desde Adán ningún mortal puede
verse libre del pecado “original” P. Weiss, por su parte, señala “No es
necesario que el hombre peque. Porque no todos estamos obligados a pecar, pero
todos lo hacemos. Somos infieles una y otra vez a las cosas que nos son más
queridas y que dan sentido y unidad a nuestra vida. Lo único original o inevitable del pecado es que cada uno de nosotros peca de un modo
propio.” Muy distinto es el concepto de pecado que toma P. Weiss, al que
formula Agustín en debate con Pelagio, o el concepto de caída, depravación total
que toman Calvino y Lutero. Ver: Paul. Weiss, Dios, Job y el Mal. (En:
La hora de Job) Pág. 144.
[8]La
primera referencia que tenemos en el texto es la pregunta que le realiza Elifaz
a Job en 4:17 ¿Será el hombre más justo
que Dios? ¿Será el varón más puro que su Hacedor? La misma idea Job las
pasa de interrogativos a afirmaciones irónicas; en un llamado de clemencia y
piedad hacía, en 9:30-31 se lee: Aún que
me bañe con jabón y limpie mis manos con lejía, aun así me hundirás en el hoyo,
y me abominarán mis vestiduras. También en 14:4 siguiendo el hilo de estas
ideas interroga a Zofar, ¿Quién puede
sacar lo limpio de lo impuro? ¡Nadie!. En su segunda intervención, Elifaz
vuelve a someter a Job a interrogantes ¿Qué
es el hombre para considerarse limpio; y el nacido de mujer, para que se
considere justo? Estas palabras de 15:14, son las que más fuertes señalan
el abismo entre Dios y el nacido de hombre. Semejante son las palabras de
Bildad en 25:4.6 donde a continuación de preguntar si el hombre puede ser justo
ante su Hacedor, declara que el hombre no es otra cosa sino una larva, se lee
literalmente en el verso 6: ¡El hombre es
un gusano!
[9]Para
más información sobre esta cuestión es recomendable, el cuadernillo nro. 18.
Escrito por el grupo “Cahiers Evangile” en: Autores generales. En
las raíces de la sabiduría. (Navarra, Verbo Divino, 1987). Págs. 11-57.
[10]Este
pensar sin culpa, pensar más allá delo que le permite pensar el entorno, es la
verdadera libertad, por esta razón la libertad de Job, es libertad para él. Es
la única forma de que sea libre para la verdad, pero es posible se funda por
esencia, es decir, sin ser fundada. Posturas que son tomadas por K. Jaspers y
M. Heidegger.
[11]Puede
leerse aquí todo el capítulo 23 del libro.
[12]Traducción
realizada por Gerhard von Rad.
[13]Paráfrasis
personal.
[14]Para
que no se confunda con una postura panteísta de la conciencia del hombre, cabe
destacar desde la filosofía, la reflexión llevada adelante por M. Unamuno,
quien diferencia lo divino, de lo Divino, que es prácticamente lo que queremos
señalar. “No creo que sea violentar la verdad el decir que el sentimiento
religioso es sentimiento de divinidad, y
que sólo con violencia del corriente lenguaje humano puede hablarse de religión
atea. Aunque es claro, que todo dependerá del concepto de Dios que se forme, a
su vez, el de la divinidad.”
“Conviénenos, en efecto, comenzar por el sentimiento de divinidad, antes de
mayusculizar el concepto de esta cualidad, y, articulándola, convertirla en Divinidad. Esto es, en Dios”. En lo
personal y en sentido unamunesco, Job llega a Dios por lo divino, más que hacer
como sus amigos que deducen lo divino de Dios. Miguel Unamuno. Del
sentimiento trágico de la vida. (Barcelona, Altaya, 1993). Pág. 154.
[15]I.
Kant. Sobre el fracaso de todo ensayo filosófico en la teodicea. (Madrid,
Facultad de Filosofía de la universidad Complutense, 1968). Pág. 24.
[16]De
creer a Job un libertino moral, estaríamos del lado de los amigos intentado
justificar a Dios.
[17]P.
Ricoeur. Fe y filosofía. Fe y filosofía. (Buenos Aires, Prometo, 2009).Pág. 219.
[18]Jaime
Barylko. Job. Pág. 20.
[19]La
“teodicea” aquí expuesta, no es una metafísica del mal, sino el problema más
simple, es decir, ver los efectos que se produce cuando el hombre como
“institución de poder” pseudodivino
dice: “al que peca…” La existencia del mal, es una incógnita demasiado grande
para el Génesis, más bien, prefiere explicar como el hombre produce males, en una cuestión más sencilla, sin
caer en posiciones abstractas. F. P. Ramos en su antropología bíblica, escribe,
entorno al Génesis: “El mal es mal porque lo es para el hombre (…) No intenta
la antropología bíblica una definición teórica del mal, ni se detiene a
especular sobre él. Más bien se trata de la experiencia común del mal.” Federico
Pastor Ramos, Antropología bíblica. (Navarra, Verbo Divino, 1995). Pág. 257.
[20]Es
notable que para sostener su vida Adán, culpe o “venda” (como mal compañero) a
la mujer que Dios puso por su compañera, a su vez también culpando a Dios, “La mujer que me diste” según Adán la
mujer le tienta, pero también implícitamente Dios es responsable por que es Él
en último caso quien pone dicha compañera,
de esta forma Adán se desliga de cualquier responsabilidad. Inmediatamente Dios
se dirige sus palabras sin más vueltas a Eva, ¿Qué es lo que has hecho? Eva para salvar su vida, condena la
sabiduría y la creación (el-serpiente),
al igual que el Adán, la culpa siempre se traslada a terceros.
[21]Puede
leerse aquí para una mayor comprensión el capítulo 3 del libro.
[22]Sin
duda que esto es así y la clasificación del mal podría extenderse, H. J. Valla
en su obra categoriza al menos doce concepciones distintas respecto al tema,
que implican puntos diversos del análisis, entre ellas se encuentra: el
dualismo iránico-pársico, helénico, gnóstico, reencarnacionismo, estoico,
filosófico, marxista, budista, nihilista, existencialista, ateo y el teísta,
etc. H. J. Valla. El Misterio del Mal. Págs. 17-21.
[23]P.
Ricoeur. El escándalo del Mal. Págs. 191-192.
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