El primer
Catecismo de la Iglesia
La Didaché o
Enseñanza de los Apóstoles
Enseñanza del
Señor transmitida por los Doce Apóstoles a la Iglesia, se concentra en un documento que posiblemente fue redactada hacia los años 50, aunque hay quienes la fechan hacia la década de
los 70.
Leer este
documento nos da la impresión de escuchar a Pedro, a Juan o cualquiera de los
Apóstoles enseñando, dando indicaciones de qué y cómo hacer, cómo el amor al
prójimo, cómo vivir los sacramentos, las primeras formulas litúrgicas,
compartir con los más necesitados.
Descubierto en 1873
en Macedonia, cerca de Constantinopla y publicado en 1883 para toda la Iglesia.
La Didaché habla
a las primeras comunidades cristianas más primitivas. Casi no habla de Cristo
porque el anuncio de Cristo ya se había hecho y la Didaché supone que los
oyentes conocen el Evangelio, de otro modo no entenderían su enseñanza moral.
PRIMERA PARTE
El Catecismo o
los «Dos caminos»
I. Existen dos
caminos, entre los cuales, hay gran diferencia; el que conduce a la vida y el
que lleva a la muerte. He aquí el camino de la vida: en primer lugar, Amarás a
Dios que te ha creado; y en segundo lugar, amarás a tu prójimo como a ti mismo;
es decir, que no harás a otro, lo que no quisieras que se hiciera contigo. He
aquí la doctrina contenida en estas palabras: Bendecid a los que os maldicen,
rogad por vuestros enemigos, ayunad para los que os persiguen. Si amáis a los
que os aman, ¿qué gratitud mereceréis? Lo mismo hacen los paganos. Al
contrario, amad a los que os odian, y no tendréis ya enemigos. Absteneos de los
deseos carnales y mundanos. Si alguien te abofeteare en la mejilla derecha,
vuélvele también la otra, y entonces serás perfecto. Si alguien te pidiere que
le acompañes una milla, ve con él dos. Si alguien quisiere tomar tu capa,
déjale también la túnica. Si alguno se apropia de algo que te pertenezca, no se
lo vuelvas a pedir, porque no puedes hacerlo. Debes dar a cualquiera que te
pida, y no reclamar nada, puesto que el Padre quiere que los bienes recibidos
de su propia gracia, sean distribuidos entre todos. Dichoso aquel que da
conforme al mandamiento; el tal, será sin falta. Desdichado del que reciba. Si
alguno recibe algo estando en la necesidad, no se hace acreedor a reproche
ninguno; pero aquel que acepta alguna cosa sin necesitarlo, dará cuenta de lo
que ha recibido y del uso que ha hecho de la limosna. Encarcelado, sufrirá
interrogatorio por sus actos, y no será liberado hasta que haya pasado el último
maravedi. Es con este motivo, que ha sido dicho: «¡Antes de dar limosna, déjala
sudar en las manos, hasta que sepas a quien la das!»
II. He aquí el
segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no
prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te
entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura
engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir. No desearás los
bienes de tu prójimo, ni perjurarás, ni dirás falso testimonio; no serás
maldiciente, ni rencoroso; no usarás de doblez ni en tus palabras, ni en tus
pensamientos, puesto que la falsía es un lazo de muerte. Que tus palabras, no
sean ni vanas, ni mentirosas. No seas raptor, ni hipócrita, ni malicioso, ni
dado al orgullo, ni a la concupiscencia. No prestes atención a lo que se diga
de tu prójimo. No aborrezcas a nadie; reprende a unos, ora por los otros, y a
los demás, guíales con más solicitud que a tu propia alma.
III. Hijo mío:
aléjate del mal y de toda apariencia de mal. No te dejes arrastrar por la ira,
porque la ira conduce al asesinato. Ni tengas celos, ni seas pendenciero, ni
irascible; porque todas estas pasiones engendran los homicidios. Hijo mío, no
te dejes inducir por la concupiscencia, porque lleva a la fornicación. Evita
las palabras deshonestas y las miradas provocativas, puesto que de ambos
proceden los adulterios. Hijo mío, no consultes a los agoreros, puesto que
conducen a la idolatría. Hijo mío, no seas mentiroso, porque la mentira lleva
al robo; ni seas avaro, ni ames la vanagloria, porque todas estas pasiones
incitan al robo. Hijo mío, no murmures, porque la murmuración lleva a la
blasfemia; ni seas altanero ni malévolo, porque de ambos pecados nacen las
blasfemias. Sé humilde, porque los humildes heredarán la tierra. Sé magnánimo y
misericordioso, sin malicia, pacífico y bueno, poniendo en práctica las
enseñanzas que has recibido. No te enorgullezcas, ni dejes que la presunción se
apodere de tu alma. No te acompañes con los orgullosos, sino con los justos y
los humildes. Acepta con gratitud las pruebas que sobrevinieren, recordando que
nada nos sucede sin la voluntad de Dios.
IV. Hijo mío,
acuérdate de día y de noche, del que te anuncia la palabra de Dios; hónrale
como al Señor, puesto que donde se anuncia la palabra, allí está el Señor.
Busca constantemente la compañía de los santos, para que seas reconfortado con
sus consejos. Evita fomentar las disensiones, y procura la paz entre los
adversarios. Juzga con justicia, y cuando reprendas a tus hermanos a causa de
sus faltas, no hagas diferencias entre personas. No tengas respecto de si Dios
cumplirá o no sus promesas. Ni tiendas la mano para recibir, ni la tengas
cerrada cuando se trate de dar. Si posees algunos bienes como fruto de tu
trabajo, no pagarás el rescate de tus pecados. No estés indeciso cuando se
trate de dar, ni regañes al dar algo, porque conoces al dispensador de la
recompensa. No vuelvas la espalda al indigente; reparte lo que tienes con tu
hermano, y no digas que lo tuyo te pertenece, porque si las cosas inmortales os
son comunes, ¿con cuánta mayor razón deberá serlo lo perecedero? No dejes de la
mano la educación de tu hijo o de tu hija: desde su infancia enséñales el temor
de Dios. A tu esclavo, ni a tu criada mandes con aspereza, puesto que confían
en el mismo Dios, para que no pierdan el temor del Señor, que está por encima
del amo y del esclavo, porque en su llamamiento no hace diferencia en las
personas, sino viene sobre aquellos que el Espíritu ha preparado. En cuanto a
vosotros, esclavos, someteos a vuestros amos con temor y humildad, como si
fueran la imagen de Dios. Aborrecerás toda clase de hipocresía y todo lo que
desagrade al Señor. No descuides los preceptos del Señor, y guarda cuanto has
recibido, sin añadir ni quitar. Confesarás tus faltas a la iglesia y te
guardarás de ir a la oración con mala conciencia. Tal es el camino de la vida.
V. He aquí el
camino que conduce a la muerte: ante todo has de saber que es un camino malo,
que está lleno de maldiciones. Su término es el asesinato, los adulterios, la
codicia, la fornicación, el robo, la idolatría, la práctica de la magia y de la
brujería. El rapto, el falso testimonio, la hipocresía, la doblez, el fraude;
la arrogancia, la maldad, la desvergüenza; la concupiscencia, el lenguaje
obsceno, la envidia, la presunción, el orgullo, la fanfarronería. Esta es la
senda en la que andan los que persiguen a los buenos; los enemigos de la
verdad, los amadores de la mentira, los que desconocen la recompensa de la
justicia; los que no se apegan al bien, ni al justo juicio; los que se desvelan
por hacer el mal y no el bien; los vanidosos, aquellos que están muy alejados
de la suavidad y de la paciencia; que buscan retribución a sus actos, que no
tienen piedad del pobre, ni compasión del que está trabajando y cargado, quie
ni siquiera tienen conocimiento de su Creador. Los asesinos de niños, los
corruptores de la obra de Dios, que desvían al pobre, oprimen al afligido; que
son los defensores del rico y los jueces inicuos del pobre; en una palabra, son
hombres capaces de toda maldad. Hijos míos, alejaos de los tales.
VI. Ten cuidado
que nadie pueda alejarte del camino de la doctrina, porque tales enseñanzas no
serían agradables a Dios. Si pudieses llevar todo el yugo del Señor, serás
perfecto; sino has lo que pudieres. Debes abstenerte, sobre todo, de carnes
sacrificadas a los ídolos, que es el culto ofrecido a dioses muertos.
SEGUNDA PARTE
De la Liturgia y
de la Disciplina
VII. En cuanto
al bautismo, he aquí como hay que administrarle: Después de haber enseñado los
anteriores preceptos, bautizad en el agua viva, en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Si no pudiere ser en el agua viva, puedes utilizar
otra; si no pudieres hacerlo con agua fría, puedes servirte de agua caliente; si
no tuvieres a mano ni una ni otra, echa tres veces agua sobre la cabeza, en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Antes del bautismo, debe
procurarse que el que lo administra, el que va a ser bautizado, y otras
personas, si pudiere ser, ayunen. Al neófito, le harás ayunar uno o dos días
antes.
VIII. Es preciso
que vuestros ayunos no sean parecidos a los de los hipócritas,puesto que ellos
ayunan el segundo y quinto día de cada semana. En cambio vosotros ayunaréis el
día cuatro y la víspera del sábado. No hagáis tampoco oración como los
hipócritas, sino como el Señor lo ha mandado en su Evangelio. Vosotros oraréis
así:
«Padre nuestro
que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy nuestro pan cotidiano;
perdónanos nuestra deuda como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no nos
induzcas en tentación, sinó líbranos del mal, porque tuyo es el poder y la
gloria por todos los siglos.»
Orad así tres
veces al día.
IX. En lo
concerniente a la eucaristía, dad gracias de esta manera. Al tomar la copa,
decid:
«Te damos
gracias, oh Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, que nos ha
dado a conocer por Jesús, tu servidor. A tí sea la gloria por los siglos de los
siglos.»
Y después del
partimiento del pan, decid:
«¡Padre nuestro!
Te damos gracias por la vida y por el conocimiento que nos has revelado por tu
siervo, Jesús. ¡A Tí sea la gloria por los siglos de los siglos! De la misma
manera que este pan que partimos, estaba esparcido por las altas colinas, y ha
sido juntado, te suplicamos, que de todas las extremidades de la tierra, reunas
a ti Iglesia en tu reino, porque te pertenece la gloria y el poder (que
ejerces) por Jesucristo, en los siglos de los siglos.»
Que nadie coma
ni bebe de esta eucaristía, sin haber sido antes bautizado en el nombre del
Señor; puesto que el mismo dice sobre el particular: «No déis lo santo a los
perros.»
X. Cuando estéis
saciados (de la ágapa), dad gracias de la manera siguiente:
«¡Padre santo!
Te damos gracias por Tu santo nombre que nos has hecho habitar en nuestros
corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has revelado
por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos.
¡Dueño Todopoderoso! que a causa de Tu nombre has creado todo cuanto existe, y
que dejas gozar a los hombres del alimento y la bebida, para que te den gracias
por ello. A nosotros, por medio de tu servidor, nos has hecho la gracia de un
alimento y de una bebida espirituales y de la vida eterna. Ante todo, te damos
gracias por tu poder. A Ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Señor!
Acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para completarla en tu
amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del cielo, porque ha sido santificada para
el reino que le has preparado; porque a Ti solo pertenece el poder y la gloria
por los siglos de los siglos!»
¡Ya que este
mundo pasa, te pedimos que tu gracia venga sobre nosotros! ¡Hosanna al hijo de
David! El que sea santificado, que se acerque, sinó que haga penitencia. Maran
atha ¡Amén! Permitid que los profetas den las gracias libremente.
XI. Si alguien
viniese de fuera para enseñaros todo esto, recibidle. Pero si resultare ser un
doctor extraviado, que os dé otras enseñanzas para destruir vuestra fe, no le
oigáis. Si por el contrario, se propusiese haceros regresar en la senda de la
justicia y del conocimiento del Señor, recibidle como recibiríais al Señor. Ved
ahí como según los preceptos del Evangelio debéis portaros con los apóstoles y
profetas. Recibid en nombre del Señor alos apóstoles que os visitaren, en tanto
permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días,
es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que
pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta. Al
profeta que hablare por el espíritu, no le juzgaréis, ni examinaréis; porque
todo pecado será perdonado, menos éste. Todos los que hablan por el espíritu;
no son profetas, solo lo son, los que siguen el ejemplo del Señor. Por su
conducta, podéis distinguir al verdadero y al falso profeta. El profeta, que
hablando por el espíritu, ordenare la mesa y comiere de ella, es un falso
profeta. El profeta que enseñare la verdad, pero no hiciere lo que enseña, es
un falso profeta. El profeta que fuere probado ser verdadero, y ejercita su
cuerpo para el misterio terrestre de la Iglesia, y que no obligare a otros a
practicar su ascetismo, no le juzguéis, porque Dios es su juez: lo mismo hicieron
los antiguos profetas. Si alguien, hablando por el espíritu, os pidiere dinero
u otra cosa, no le hagáis caso; pero si aconseja se dé a los pobres, no le
juzguéis.
XII. A todo el
que fuere a vosotros en nombre del Señor, recibidle, y probadle después para
conocerle, puesto que debéis tener suficiente criterio para conocer a los que
son de la derecha y los que pertenecen a la izquierda. Si el que viniere a
vosotros, fuere un pobre viajero, socorredle cuanto podáis; pero no debe
quedarse en vuestra casa más de dos o tres días. Si quisiere permanecer entre
vosotros como artista, que trabaje para comer; si no tuviese oficio ninguno,
procurad según vuestra prudencia a que no quede entre vosotros ningún cristiano
ocioso. Si no quisiere hacer esto, es un negociante del cristianismo, del cual
os alejaréis.
XIII. El
verdadero profeta, que quisiere fijar su residencia entre vosotros, es digno
del sustento; porque un doctor verdadero, es también un artista, y por tanto
digno de su alimento. Tomarás tus primicias de la era y el lagar, de los bueyes
y de las cabras y se las darás a los profetas, porque ellos son vuestros
grandes sacerdotes. Al preparar una hornada de pan, toma las primicias, y dalas
según el precepto. Lo mismo harás al empezar una vasija de vino o de aceite,
cuyas primicias destinarás a los profetas. En lo concerniente a tu dinero, tus
bienes y tus vestidos, señala tú mismo las primicias y haz según el precepto.
XIV. Cuando os
reuniéreis en el domingo del Señor, partid el pan, y para que el sacrificio sea
puro, dad gracias después de haber confesado vuestros pecados. El que de entre
vosotros estuviere enemistado con su amigo, que se aleje de la asamblea hasta
que se haya reconciliado con él, a fin de no profanar vuestro sacrificio. He
aquí las propias palabras del Señor: «En todo tiempo y lugar me traeréis una
víctima pura, porque soy el gran Rey, dice el Señor, y entre los pueblos
paganos, mi nombre es admirable.»
XV. Para el
cargo de obispos y diáconos del Señor, eligiréis a hombres humildes, desinteresados,
veraces y probados, porque también hacen el oficio de profetas y doctores. No
les menospreciéis, puesto que son vuestros dignatarios, juntamente con vuestros
profetas y doctores. Amonestaos unos a otros, según los preceptos del
Evangelio, en paz y no con ira. Que nadie hable al que pecare contra su
prójimo, y no se le tenga ninguna consideración entre vosotros, hasta que se
arrepienta. Haced vuestras oraciones, vuestras limosnas y todo cuanto
hiciéreis, según los preceptos dados en el Evangelio de nuestro Señor.
XVI. Velad por
vuestra vida; procurando que estén ceñidos vuestros lomos y vuestras lámparas
encendidas, y estad dispuestos, porque no sabéis la hora en que vendrá el
Señor. Reuníos a menudo para buscar lo que convenga a vuestras almas, porque de
nada os servirá el tiempo que habéis profesado la fe, si no fuéreis hallados
perfectos el último día. Porque en los últimos tiempos abundarán los falsos
profetas y los corruptores, y las ovejas se transformarán en lobos, y el amor
se cambiará en odio. Habiendo aumentado la iniquidad, crecerá el odio de unos
contra otros, se perseguirán mutuamente y se entregarán unos a otros. Entonces
es cuando el Seductor del mundo hará su aparición y titulándose el Hijo de
Dios, hará señales y prodigios; la tierra le será entregada y cometerá tales
maldades como no han sido vistas desde el principio. Los humanos serán
sometidos a la prueba del fuego; muchos perecerán escandalizados; pero los que
perseverarán en la fe, serán salvos de esta maldición. Entonces aparecerán las
señales de la verdad. Primeramente será desplegada la señal en el cielo,
después la de la trompeta, y en tercer lugar la resurrección de los muertos,
según se ha dicho: «El Señor vendrá con todos sus santos» ¡Entonces el mundo
verá al Señor viniendo en las nubes del cielo!
Fuente: Historia
de la Iglesia Primitiva, por E. Backhouse y C. Tylor. Editorial CLIE