jueves, 17 de octubre de 2013

Teología, Fe y Magisterio

Teología, Fe y Magisterio
René Latourelle

La Teología tiene que ejercer su tarea en comunión con el Magisterio, con el pueblo cristiano y con todos los teólogos comprometidos en ese mismo esfuerzo de enseñanza y de investigación. El teólogo, por tanto, es algo muy distinto de un hombre que trabaja en la edificación de su gloria personal, sin preocuparse de la turbación que su palabra pueda sembrar en las conciencias cristianas. El teólogo es ante todo un servidor responsable de la Palabra de Dios, que está obligado por una doble fidelidad, a Cristo y la Iglesia. 

Si el teólogo es el profeta del porvenir, el que prepara para el Magisterio las soluciones del mañana, le es indispensable disponer de libertad. En las materias nuevas y difíciles entre las que se mueve es compatible que haya cierta diversidad de opiniones, no graves, con la unidad de la fe y la fidelidad al Magisterio, ya que la historia demuestra que siempre ha habido lugar en la Iglesia para una gran diversidad de teólogos y de teologías. La fe es una, sí, pero ¡qué diferencia existe entre las teologías de Justino, Cipriano, Orígenes, San Agustín o Santo Tomás de Aquino! Y esta diversidad también trae ventajas para la Iglesia y ha sido fuente de progreso teológico. 

Más todavía, en ese trabajo de investigación al servicio del Magisterio y de la comunidad cristiana, en ese continuo enfrentamiento con los problemas del mundo actual, es evidente que el teólogo también estará expuesto al error. En su trabajo de interpretación y actualización de los datos de la fe, ¿cómo concebir que no se engañe a veces? Ante nuevos acontecimientos puede verse en la necesidad de corregirse, de cambiar de postura. Puede ser también que algunas de sus opiniones, largo tiempo combatidas por la Iglesia, sean luego reconocidas como verdad, como ya ha sucedido, y esas oscilaciones del pensamiento, esos riesgos de error, son la consecuencia necesaria de una teología que desea estar en diálogo con el mundo; forman parte de una Teología sometida a las condiciones de la historia.

En un decreto del 21 de abril de 1954, la Comisión Bíblica ha pedido para el exégeta comprensión e indulgencia, ya que éste tiene que enfrentarse con cuestiones difíciles que incluso algunos expertos de gran renombre no han sabido resolver. ¿No tiene razón el teólogo para pedir un trato semejante, ya que los riesgos que corre no son menos considerables? 

Es verdad que el teólogo, como hijo de la Iglesia, tiene que aceptar el juicio de esa suprema instancia que es el Magisterio instituido por Cristo como intérprete infalible de su palabra. Pero entre el teólogo y esta suprema instancia existe otra intermedia, constituida por el conjunto de teólogos comprometidos en los mismos caminos de la investigación, por eso es normal que el caso se resuelva en ese nivel, mediante el intercambio fraternal de opiniones.

Si el teólogo se sintiera siempre bajo la amenaza de un juicio sin apelación, ¿cómo podría trabajar con toda su alma, con todo su corazón, con todas sus fuerzas, al servicio de la Iglesia que es todo en su vida? En Teología, como en todas partes, la alegría y el amor son el clima normal de un trabajo verdaderamente fecundo; de no ser así, sucedería lo que demuestra la historia de un pasado reciente: que la Teología católica, para librarse del riesgo de la condenación, se refugiaría en el estudio de temas fútiles, dejándose superar en los puntos de importancia capital por la investigación de la Iglesia Protestante.
http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=564&capitulo=7295

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