viernes, 11 de octubre de 2013

El Control Remoto

Hace algún tiempo leía una entrevista que le hacían a un comunicador chileno y conductor de un programa de televisión, y entre las preguntas que le hacían, una de ellas me llamaba la atención. Le preguntan: ¿cree usted que haya habido algún cambio en la televisión desde que usted inicio y cuál acontecimiento cree que haya sido determinante en este cambio?

Leyendo la entrevista pensaba en los cambios del mundo, lideres, momentos determinantes, etc., pero no, su respuesta fue el control remoto, ese pequeño aparato que ha generado velocidad en los medios, decía el comunicador. Antes, por la comodidad o por flojera, uno encendía el televisor y lo dejaba casi todo el día en el mismo canal, casi sin importar la programación, pero con el control remoto, se inicia una lucha de imágenes, con la rapidez con que se cambia un canal con el dicho aparato. Ahora, para captar la atención del televidente, tenemos que mostrar imágenes que  impacten en segundos o menos, para que se queden en tu programa.

Esto me puso a pensar en la velocidad con la que somos capaces de captar información a veces sin clasificarla, pero que solo impactan y rompen el ritmo de la vida misma y, sin querer, nos vamos acelerando con momentos, imágenes, situaciones, que cuando menos nos damos cuenta, ya han pasado muchas cosas y no las hemos logrado asimilar o ubicar en la vida, de tal forma que esa velocidad nos impide tener el control o, mas bien, el orden de lo que nos pasa.

Esto ha generado toda una congestión en la vida, en los sentidos, en los sentimientos: necesitamos cosas más grandes, más complejas, más visibles, que me hagan sentir vivo, porque lo sencillo, lo pequeño, parece no servir, al grado de perder la capacidad de asombro.

Esto mismo me hace ver dos líneas concretas: la primera es la de ser testigo, un elemento importante que lamentablemente se ha reducido a la observación, a ver la imagen, y perder la capacidad de asombro ante la misma, siendo un simple observador incluso indiferente, distante, incluso apático. Por otra parte, a veces la intensidad en algunas personas busca la  fuerza, una carga intensa de adrenalina para sentirse vivo, sentir que la vida vale la pena, y no es que no se deba buscar la intensidad en la vida, pero no solo por el afán de buscar cosas.

Lamentablemente esto acelera la vida, hace que perdamos el ritmo de la vida, un ritmo acelerado desgastante que hace que se pierdan los detalles, los significados, todo es más fácil, mas rápido, desechable, caduco. Lo lento, lo entero, nos hace daño, estamos acostumbrándonos a acelerar todo, la digestión espiritual está afectada por la rapidez de sucesos y acontecimientos que nos impiden ver la verdad.

Así, como una manzana tiene que madurar en el árbol para que podamos comerla, así a la vida debemos darle tiempo, espacio, calma, sabor, sentirla, en una palabra vivirla.

Muchas veces la pregunta que nos hacemos es como encontrar paz. Pareciere paradójico que en un mundo donde todo es tan rápido y tan efímero, podamos encontrar la paz, la tranquilidad, y esto lo notamos en todos los niveles y etapas de la vida.

Si es joven, nos urge conocer, vivir, experimentar cosas nuevas, tantas como se pueda, y si somos viejos “es que así estoy acostumbrado a vivir”, decimos, y tristemente olvidamos que la vida es una, que el ritmo lo marcamos nosotros y que ante todo, no podemos hacer a un lado a nosotros mismos.

Cuando Jesús esta con sus discípulos, ya en al cena de despedida, les dice, “Mi paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14, 27) Este comentario está en los discursos de despedida del Evangelio de San Juan, y Jesús les dice, y nos dice, vienen épocas difíciles, momentos duros, pero les doy mi paz, mi tiempo, mi tranquilidad, llévenla a todos. Eso les dijo y me dice ahora.

El mundo necesita “hombres de Dios”, decía Juan XXIII, y la Iglesia necesita hombres del mundo que sean capaces de entrar en diálogo, pero que no se dejen seducir por el ritmo, la velocidad, sino que se mantengan en la paz que solo Dios nos pueda dar.
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