Jornada Mundial de la Juventud Brasil, Homilías, Discursos
completos
El
legado que deja el Papa Francisco en su primer viaje a Brasil con motivo de la
Jornada Mundial de la Juventud, abre un dialogo para todos.
Presentamos
íntegros los textos
Carlos
Escorza O
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CEREMONIA DE BIENVENIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Jardines del Palacio Guanabara de Río de
Janeiro
Lunes 22 de julio de 2013
Lunes 22 de julio de 2013
Señora Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Hermanos y amigos
Distinguidas Autoridades,
Hermanos y amigos
En su amorosa providencia, Dios ha querido que el primer viaje
internacional de mi pontificado me ofreciera la oportunidad de volver a la
amada América Latina, concretamente a Brasil, nación que se precia de sus
estrechos lazos con la Sede Apostólica y de sus profundos sentimientos de fe y
amistad que siempre la han mantenido unida de una manera especial al Sucesor de
Pedro. Doy gracias por esta benevolencia divina.
He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño,
hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame
suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con
ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha
dado: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno
que arde en todo corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo:
«La paz de Cristo esté con ustedes».
Saludo con deferencia a la señora Presidenta y a los
distinguidos miembros de su gobierno. Agradezco su generosa acogida y las
palabras con las que ha querido manifestar la alegría de los brasileños por mi
presencia en su país. Saludo también al Señor Gobernador de este Estado, que
amablemente nos acoge en el Palacio del Gobierno, y al alcalde de Río de
Janeiro, así como a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante el gobierno
brasileño, a las demás autoridades presentes y a todos los que han trabajado
para hacer posible esta visita.
Quisiera decir unas palabras de afecto a mis hermanos
obispos, a quienes incumbe la tarea de guiar a la grey de Dios en este inmenso
país, y a sus queridas Iglesias particulares. Con esta visita, deseo continuar
con la misión pastoral propia del Obispo de Roma de confirmar a sus hermanos en
la fe en Cristo, alentarlos a dar testimonio de las razones de la esperanza que
brota de él, y animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor.
Como es sabido, el principal motivo de mi presencia en
Brasil va más allá de sus fronteras. En efecto, he venido para la Jornada
Mundial de la Juventud. Para encontrarme con jóvenes venidos de todas las
partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos de Cristo Redentor. Quieren
encontrar un refugio en su abrazo, justo cerca de su corazón, volver a escuchar
su llamada clara y potente: «Vayan y hagan discípulos a todas las naciones».
Estos jóvenes provienen de diversos continentes, hablan
idiomas diferentes, pertenecen a distintas culturas y, sin embargo, encuentran
en Cristo las respuestas a sus más altas y comunes aspiraciones, y pueden
saciar el hambre de una verdad clara y de un genuino amor que los una por
encima de cualquier diferencia.
Cristo les ofrece espacio, sabiendo que no puede haber
energía más poderosa que esa que brota del corazón de los jóvenes cuando son
seducidos por la experiencia de la amistad con él. Cristo tiene confianza en
los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: «Vayan y hagan
discípulos»; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible, y creen
un mundo de hermanos. Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no
tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no
serán defraudados.
Al comenzar mi visita a Brasil, soy muy consciente de que,
dirigiéndome a los jóvenes, hablo también a sus familias, sus comunidades
eclesiales y nacionales de origen, a las sociedades en las que viven, a los
hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de estas nuevas
generaciones.
Es común entre ustedes oír decir a los padres: «Los
hijos son la pupila de nuestros ojos». ¡Qué hermosa es esta expresión de la
sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes la imagen de la pupila de los
ojos, la abertura por la que entra la luz en nosotros, regalándonos el milagro
de la vista! ¿Qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo
podríamos avanzar? Mi esperanza es que, en esta semana, cada uno de nosotros se
deje interpelar por esta pregunta provocadora.
Y, ¡atención! La juventud es el ventanal por el que entra
el futuro en el mundo. Es el ventanal y, por tanto, nos impone grandes retos.
Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven
cuando sepa ofrecerle espacio. Esto significa tutelar las condiciones
materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre
la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación para que
llegue a ser lo que puede ser; transmitirle valores duraderos por los que valga
la pena vivir; asegurarle un horizonte trascendente para su sed de auténtica
felicidad y su creatividad en el bien; dejarle en herencia un mundo que
corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores
potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir, y corresponsable
del destino de todos. Con estas actitudes, anticipamos hoy el futuro que entra
por el ventanal de los jóvenes.
Al concluir, ruego a todos la gentileza de la atención y,
si es posible, la empatía necesaria para establecer un diálogo entre amigos. En
este momento, los brazos del Papa se alargan para abrazar a toda la nación
brasileña, en el complejo de su riqueza humana, cultural y religiosa. Que desde
la Amazonia hasta la pampa, desde las regiones áridas al Pantanal, desde los
pequeños pueblos hasta las metrópolis, nadie se sienta excluido del afecto del
Papa. Pasado mañana, si Dios quiere, tengo la intención de recordar a todos
ante Nuestra Señora de Aparecida, invocando su maternal protección sobre sus
hogares y familias. Y, ya desde ahora, los bendigo a todos. Gracias por la
bienvenida.
SANTA MISA EN LA BASÍLICA DEL SANTUARIO DE
NUESTRA SEÑORA DE APARECIDA
NUESTRA SEÑORA DE APARECIDA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Miércoles 24 de julio de 2013
Señor
Cardenal,
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas
¡Qué alegría venir a la casa de la Madre de todo brasileño,
el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida! Al día siguiente de mi elección
como Obispo de Roma fui a la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, con el
fin de encomendar a la Virgen mi ministerio. Hoy he querido venir aquí para
pedir a María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud, y
poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano.
Quisiera ante todo decirles una cosa. En este santuario,
donde hace seis años se celebró la V Conferencia General del Episcopado de
América Latina y el Caribe, ha ocurrido algo muy hermoso, que he podido
constatar personalmente: ver cómo los obispos —que trabajaban sobre el tema del
encuentro con Cristo, el discipulado y la misión— se sentían alentados,
acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que
acudían cada día a confiar su vida a la Virgen: aquella Conferencia ha sido un
gran momento de Iglesia. Y, en efecto, puede decirse que el Documento de
Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre el trabajo de los Pastores
y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna de María. La
Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide:
«Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por
qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la estela de María.
Hoy, en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me
ha traído a Brasil, también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María
—que amó a Jesús y lo educó— para que nos ayude a todos nosotros, Pastores del
Pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los
valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justo,
solidario y fraterno. Para ello, quisiera señalar tres sencillas actitudes,
tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir
con alegría.
1. Mantener
la esperanza. La Segunda Lectura de la Misa presenta una escena dramática:
una mujer —figura de María y de la Iglesia— es perseguida por un dragón —el
diablo— que quiere devorar a su hijo. Pero la escena no es de muerte sino de
vida, porque Dios interviene y pone a salvo al niño (cf. Ap 12,13a-16.15-16a). Cuántas
dificultades hay en la vida de cada uno, en nuestra gente, nuestras
comunidades. Pero, por más grandes que parezcan, Dios nunca deja que nos
hundamos. Ante el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en
la evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y
madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón
esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca
perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el
mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es
Dios, y Dios es nuestra esperanza. Es cierto que hoy en día, todos un poco, y
también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en
el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el
placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de
soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos
pasajeros. Queridos hermanos y hermanas, seamos luces de esperanza. Tengamos
una visión positiva de la realidad. Demos aliento a la generosidad que
caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción
de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad.
Ellos no sólo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que se les propongan esos
valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de
un pueblo. Casi los podemos leer en este santuario, que es parte de la memoria
de Brasil: espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia,
fraternidad, alegría; son valores que encuentran sus raíces más profundas en la
fe cristiana.
2. La segunda actitud: dejarse
sorprender por Dios. Quien es hombre, mujer de esperanza —la gran esperanza
que nos da la fe— sabe que Dios actúa y nos sorprende también en medio de las
dificultades. Y la historia de este santuario es un ejemplo: tres pescadores,
tras una jornada baldía, sin lograr pesca en las aguas del Río Parnaíba,
encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra Señora de la Concepción.
¿Quién podría haber imaginado que el lugar de una pesca infructuosa se
convertiría en el lugar donde todos los brasileños pueden sentirse hijos de la
misma Madre? Dios nunca deja de sorprender, como con el vino nuevo del
Evangelio que acabamos de escuchar. Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero
pide que nos dejemos sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas.
Confiemos en Dios. Alejados de él, el vino de la alegría, el vino de la
esperanza, se agota. Si nos acercamos a él, si permanecemos con él, lo que
parece agua fría, lo que es dificultad, lo que es pecado, se transforma en vino
nuevo de amistad con él.
3. La tercera actitud: vivir
con alegría. Queridos amigos, si caminamos en la esperanza, dejándonos
sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro
corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría. El cristiano es alegre,
nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una Madre que intercede siempre por la
vida de sus hijos, por nosotros, como la reina Esther en la Primera Lectura
(cf. Est 5,3). Jesús nos ha mostrado que el
rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado y la muerte han sido
vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien
parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y
sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que
contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Como decía Benedicto XVI, aquí,
en este Santuario: «El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay
esperanza, no hay amor, no hay futuro» (Discurso Inaugural de la V Conferencia general del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo
2007: Insegnamenti III/1 [2007], p. 861).
Queridos amigos, hemos venido a llamar a la puerta de la
casa de María. Ella nos ha abierto, nos ha hecho entrar y nos muestra a su
Hijo. Ahora ella nos pide: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Sí, Madre, nos comprometemos a
hacer lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza, confiados en las
sorpresas de Dios y llenos de alegría. Que así sea.
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PALABRAS IMPROVISADAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
DESDE EL BALCÓN DE LA BASÍLICA DEL SANTUARIO
DE NUESTRA SEÑORA DE APARECIDA, DESPUÉS DE LA SANTA MISA
DESDE EL BALCÓN DE LA BASÍLICA DEL SANTUARIO
DE NUESTRA SEÑORA DE APARECIDA, DESPUÉS DE LA SANTA MISA
Miércoles 24 de julio de 2013
Irmãos e Irmãs… Irmãos e Irmãs, eu não falo brasileiro. [Hermanos y hermanas… hermanos y
hermanas, yo no hablo brasileño.] Perdonadme. Voy a hablar en español. Perdón.
Muchas gracias. Obrigado [gracias], porque están aquí. Muchas
gracias de corazón, con todo mi corazón y le pido a la Virgen, Nuestra Señora
de Aparecida, que los bendiga, que bendiga a sus familias, que bendiga a sus
hijos, que bendiga a sus padres, que bendiga a toda la Patria.
A ver, ahora me voy a dar cuenta si me entienden. Les hago
una pregunta: ¿Una madre se olvida de sus hijos?
[No… (respondió la multitud)].
Ella no se olvida de nosotros, Ella nos quiere y nos cuida,
y ahora le vamos a pedir la bendición. La bendición de Dios Todopoderoso, el
Padre y el Hijo y el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, permanezca para
siempre.
Les pido un favor, um
jeitinho [un pequeño favor]
recen por mí, recen por mí, necesito. Que Dios los bendiga. Que nuestra Señora
de Aparecida los cuide. Y hasta 2017 que voy a volver… Adiós
VISITA AL HOSPITAL SAN FRANCISCO DE ASÍS DE LA
PROVIDENCIA - V.O.T
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Río de Janeiro
Miércoles 24 de julio de 2013
Miércoles 24 de julio de 2013
Querido
Arzobispo de Río de Janeiro
y queridos hermanos en el episcopado;
Honorables Autoridades,
Estimados miembros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia,
Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios,
Queridos jóvenes y familiares
Buenas noches
y queridos hermanos en el episcopado;
Honorables Autoridades,
Estimados miembros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia,
Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios,
Queridos jóvenes y familiares
Buenas noches
Dios ha querido que, después del Santuario de Nuestra
Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular del
sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís. Es bien conocida
la conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y
comodidades para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la
verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener,
los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás
es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue
cuando abrazó a un leproso. Aquel hermano que sufría era «mediador de la luz
(...) para san Francisco de Asís» (cf. Carta enc. Lumen fidei, 57), porque en cada
hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy, en
este lugar de lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno
y cada una de ustedes que son la carne de Cristo, y pedir que Dios colme de
sentido y firme esperanza su camino, y también el mío.
Abrazar, abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los
necesitados, como San Francisco. Hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo,
que necesitan atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia
química. Sin embargo, lo que prevalece con frecuencia en nuestra sociedad es el
egoísmo. ¡Cuántos «mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el
dinero a toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y
siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad. No es la
liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes
de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la
dependencia química. Es preciso afrontar los problemas que están a la base de
su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores
que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza
en el futuro. Todos tenemos necesidad de mirar al otro con los ojos de amor de
Cristo, aprender a abrazar a aquellos que están en necesidad, para expresar
cercanía, afecto, amor.
Pero abrazar no es suficiente. Tendamos la mano a quien se
encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia,
tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte, puedes remontar; te
costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres».
Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero
especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo
camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición
indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero
nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas
están con ustedes. Miren con confianza hacia delante, su travesía es larga y
fatigosa, pero miren adelante, hay «un futuro cierto, que se sitúa en una
perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero
que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día» (Carta enc. Lumen fidei, 57). Quisiera repetirles a
todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. No se dejen robar la esperanza.
Pero también quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos
portadores de esperanza.
En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que
habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del
camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es
asunto suyo. No se dejen robar la esperanza. Cuántas veces decimos: no es mi
problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no vemos. Sólo
un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y
lo cura (cf. Lc 10, 29-35). Queridos amigos, creo que
aquí, en este hospital, se hace concreta la parábola del Buen Samaritano. Aquí
no existe indiferencia, sino atención, no hay desinterés, sino amor. La
Asociación San Francisco y la Red de Tratamiento de Dependencia Química enseñan
a inclinarse sobre quien está dificultad, porque en él ve el rostro de Cristo,
porque él es la carne de Cristo que sufre. Muchas gracias a todo el personal
del servicio médico y auxiliar que trabaja aquí; su servicio es valioso,
háganlo siempre con amor; es un servicio que se hace a Cristo, presente en el
prójimo: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo
hicieron conmigo» (Mt 25,40),
nos dice Jesús.
Y quisiera repetir a todos los que luchan contra la
dependencia química, a los familiares que tienen un cometido no siempre fácil:
la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto. El
Señor está cerca de ustedes y los toma de la mano. Vuelvan los ojos a él en los
momentos más duros y les dará consuelo y esperanza. Y confíen también en el
amor materno de María, su Madre. Esta
mañana, en el santuario de Aparecida, he encomendado a cada uno de ustedes a su
corazón. Donde hay una cruz que llevar, allí está siempre ella, nuestra Madre,
a nuestro lado. Los dejo en sus manos, mientras les bendigo a todos con afecto.
Muchas gracias.
PALABRAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS JÓVENES ITALIANOS
AL FINAL DE LA VISITA AL HOSPITAL SAN FRANCISCO
A LOS JÓVENES ITALIANOS
AL FINAL DE LA VISITA AL HOSPITAL SAN FRANCISCO
Río de Janeiro
Miércoles 24 de julio de 2013
Miércoles 24 de julio de 2013
Me dirijo a ustedes, jóvenes italianos, que nos están
siguiendo en directo desde el Maracanazinho. Sé que están reunidos en ambiente
festivo con muchos brasileños de origen italiano y con sus obispos para
reflexionar sobre la persona de Jesús y sobre las respuestas que sólo Él puede
dar a sus interrogantes de fe y de vida. Fíense de Cristo, escúchenlo, sigan
sus huellas. Él no nos abandona nunca, ni siquiera en los momentos más oscuros de
la vida. Él es nuestra esperanza. Mañana en Copacabana tendremos la oportunidad
de profundizar en esta verdad, para hacer luminosa la vida. Hasta mañana.
VISITA A LA COMUNIDAD DE VARGINHA (MANGUINHOS)
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Río de Janeiro
Jueves 25 de julio de 2013
Jueves 25 de julio de 2013
Queridos hermanos y hermanas
Buenos días.
Buenos días.
Es bello estar
aquí con ustedes. Es bello. Ya desde el principio, al programar la visita a
Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación. Habría
querido llamar a cada puerta, decir «buenos días», pedir un vaso de agua
fresca, tomar un «cafezinho» —no una copa de orujo—, hablar como amigo de casa,
escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos... Pero
Brasil, ¡es tan grande! Y no se puede llamar a todas las puertas. Así que elegí
venir aquí, a visitar vuestra Comunidad; esta Comunidad que hoy representa a
todos los barrios de Brasil. ¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con
generosidad, con alegría! Basta ver cómo habéis decorado las calles de la Comunidad;
también esto es un signo de afecto, nace del corazón, del corazón de los
brasileños, que está de fiesta. Muchas gracias a todos por la calurosa
bienvenida. Agradezco a los esposos Rangler y Joana sus cálidas palabras.
1. Desde el primer momento en que he tocado el suelo
brasileño, y también aquí, entre vosotros, me siento acogido. Y es importante
saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque,
cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo
de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres,
sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a
su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice
el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». ¿Se puede
añadir más agua a los frijoles? … ¿Siempre? … Y lo hacen con amor, mostrando
que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.
Y el pueblo
brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una
valiosa lección de solidaridad, una palabra —esta palabra solidaridad— a menudo
olvidada u omitida, porque es incomoda. Casi da la impresión de una palabra
rara… solidaridad. Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más
recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad
comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo
más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las
desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus
posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a
tantas injusticias sociales. No es, no es la cultura del egoísmo, del
individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y
lleva a un mundo más habitable; no es ésta, sino la cultura de la solidaridad;
la cultura de la solidaridad no es ver en el otro un competidor o un número,
sino un hermano. Y todos nosotros somos hermanos.
Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está
haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más
sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria.
Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para
una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí
misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde
algo que es esencial para ella. No dejemos, no dejemos entrar en nuestro
corazón la cultura del descarte. No dejemos entrar en nuestro corazón la
cultura del descarte, porque somos hermanos. No hay que descartar a nadie.
Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera
riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. Pensemos en la multiplicación
de los panes de Jesús. La medida de la grandeza de una sociedad está
determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no
tiene más que su pobreza.
2. También
quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los
pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al
cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a
toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de
todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene
hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el
hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. Hambre de dignidad. No hay
una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre,
cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus
bienes inmateriales: la vida,
que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la
convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se
reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir
ganancias; la salud, que
debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión
espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de
que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano.
3. Quisiera decir una última cosa, una última cosa. Aquí,
como en todo Brasil, hay muchos jóvenes. Jóvenes, queridos jóvenes, ustedes
tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten
defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de
buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les
repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza
se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los
primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo
con el bien. La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de
Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).
Hoy digo a todos
ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de Varginha: No
están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a
cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en
lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades,
el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento. Todo lo encomiendo
a la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres
del Brasil, y con gran afecto les imparto mi Bendición. Gracias.
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ENCUENTRO CON LOS JÓVENES ARGENTINOS EN LA CATEDRAL
DE SAN SEBASTIÁN
PALABRAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Jueves 25 de julio de 2013
Gracias.. Gracias.. por estar hoy aquí, por haber venido…
Gracias a los que están adentro y muchas gracias a los que están afuera. A los
30 mil, que me dicen que hay afuera. Desde acá los saludo; están bajo la
lluvia... Gracias por el gesto de acercarse... Gracias por haber venido a la
Jornada de la Juventud. Yo le sugerí al doctor Gasbarri, que es el que maneja,
el que organiza el viaje, si hubiera un lugarcito para encontrarme con ustedes,
y en medio día tenía arreglado todo. Así que también le quiero agradecer
públicamente al doctor Gasbarri esto que ha logrado hoy.
Quisiera decir una cosa: ¿qué es lo que espero como
consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá adentro va a
haber lío, va a haber. Que acá en Río va a haber lío, va a haber. Pero quiero
lío en las diócesis, quiero que se salga afuera… Quiero que la Iglesia salga a
la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que
sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que
sea estar encerrados en nosotros mismos.
Las parroquias, los colegios, las instituciones son para
salir; si no salen se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG.
Que me perdonen los Obispos y los curas, si algunos después le arman lío a
ustedes, pero.. Es el consejo. Y gracias por lo que puedan hacer.
Miren, yo pienso que, en este momento, esta civilización
mundial se pasó de rosca, se pasó de rosca, porque es tal el culto que ha hecho
al dios dinero, que estamos presenciando una filosofía y una praxis de
exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos.
Exclusión de los ancianos, por supuesto, porque uno podría pensar que podría
haber una especie de eutanasia escondida; es decir, no se cuida a los ancianos;
pero también está la eutanasia cultural: no se les deja hablar, no se les deja
actuar. Y exclusión de los jóvenes. El porcentaje que hay de jóvenes sin
trabajo, sin empleo, es muy alto, y es una generación que no tiene la
experiencia de la dignidad ganada por el trabajo. O sea, esta civilización nos
ha llevado a excluir las dos puntas, que son el futuro nuestro. Entonces, los
jóvenes: tienen que salir, tienen que hacerse valer; los jóvenes tienen que
salir a luchar por los valores, a luchar por esos valores; y los viejos abran
la boca, los ancianos abran la boca y enséñennos; transmítannos la sabiduría de
los pueblos. En el pueblo argentino, yo se los pido de corazón a los ancianos:
no claudiquen de ser la reserva cultural de nuestro pueblo que trasmite la
justicia, que trasmite la historia, que trasmite los valores, que trasmite la
memoria del pueblo. Y ustedes, por favor, no se metan contra los viejos;
déjenlos hablar, escúchenlos, y lleven adelante. Pero sepan, sepan que, en este
momento, ustedes, los jóvenes, y los ancianos, están condenados al mismo
destino: exclusión; no se dejen excluir. ¿Está claro? Por eso, creo que tienen
que trabajar. Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio. Es un
escándalo que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros; es un escándalo, y
que haya muerto en la Cruz, es un escándalo: El escándalo de la Cruz. La Cruz
sigue siendo escándalo, pero es el único camino seguro: el de la Cruz, el de
Jesús, la encarnación de Jesús. Por favor, no licuen la fe en Jesucristo. Hay
licuado de naranja, hay licuado de manzana, hay licuado de banana, pero, por
favor, no tomen licuado de fe. La fe es entera, no se licua. Es la fe en Jesús.
Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, que me amó y murió por mí. Entonces:
Hagan lío; cuiden los extremos del pueblo, que son los ancianos y los jóvenes;
no se dejen excluir, y que no excluyan a los ancianos. Segundo: no licuen la fe
en Jesucristo. Las bienaventuranzas. ¿Qué tenemos que hacer, Padre? Mira, lee
las bienaventuranzas que te van a venir bien. Y si querés saber qué cosa
práctica tenés que hacer, lee Mateo 25, que es el protocolo con el cual nos van
a juzgar. Con esas dos cosas tienen el programa de acción: Las bienaventuranzas
y Mateo 25. No necesitan leer otra cosa. Se lo pido de corazón. Bueno, les
agradezco ya esta cercanía. Me da pena que estén enjaulados. Pero, les digo una
cosa: Yo, por momentos, siento: ¡Qué feo que es estar enjaulados! Se lo
confieso de corazón… Pero, veremos… Los comprendo. Y me hubiera gustado estar
más cerca de ustedes, pero comprendo que, por razón de orden, no se puede.
Gracias por acercarse; gracias por rezar por mí; se lo pido de corazón,
necesito, necesito de la oración de ustedes, necesito mucho. Gracias por eso…
Y, bueno, les voy a dar la Bendición y después vamos a bendecir la imagen de la
Virgen, que va a recorrer toda la República… y la cruz de San Francisco, que
van a recorrer ‘misionariamente’. Pero no se olviden: Hagan lío; cuiden los dos
extremos de la vida, los dos extremos de la historia de los pueblos, que son
los ancianos y los jóvenes, y no licuen la fe.
Y ahora vamos a rezar, para bendecir la imagen de la Virgen
y darles después la bendición a ustedes.
Nos ponemos de pie para la Bendición, pero, antes, quiero
agradecer lo que dijo Mons. Arancedo, que de puro maleducado no se lo agradecí.
Así que gracias por tus palabras.
Oración:
En
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Dios
te salve, María, llena eres de gracia….
Señor, Tú dejaste en medio de nosotros a tu Madre, para que
nos acompañara. Que Ella nos cuide, nos proteja en nuestro camino, en nuestro
corazón, en nuestra fe. Que Ella nos haga discípulos, como lo fue Ella, y
misioneros, como también lo fue Ella. Que nos enseñe a salir a la calle, que
nos enseñe a salir de nosotros mismos.
Bendecimos esta imagen, Señor, que va a recorrer el
País. Que Ella con su mansedumbre, con su paz, nos indique el camino.
Señor, Vos sos un escándalo, el escándalo de la Cruz. Una
Cruz que es humildad, mansedumbre; una Cruz que nos habla de la cercanía de
Dios.
Bendecimos también esta imagen de la Cruz, que recorrerá el
país.
Muchas
gracias y nos vemos en estos días.
Que
Dios los bendiga y recen por mí. No se olviden.
____________________________
FIESTA DE ACOGIDA DE LOS JÓVENES
Saludo
Queridos
jóvenes,
buenas tardes.
buenas tardes.
Quiero primero darle las gracias por el testimonio de fe
que ustedes están dando al mundo. Siempre oí decir que a los cariocas no les
gusta el frío y la lluvia. Pero ustedes están mostrando que la fe de ustedes es
más fuerte que el frío y la lluvia. ¡Enhorabuena! Ustedes son verdaderamente
grandes héroes.
Veo en ustedes la belleza del rostro joven de Cristo, y mi
corazón se llena de alegría. Recuerdo la primera Jornada Mundial de la Juventud
a nivel internacional. Se celebró en 1987 en Argentina, en mi ciudad de Buenos
Aires. Guardo vivas en la memoria estas palabras de Juan Pablo II a los
jóvenes: “¡Tengo tanta esperanza en vosotros! Espero sobre todo que renovéis
vuestra fidelidad a Jesucristo y a su cruz redentora” (Discurso a los Jóvenes, 11 de abril
1987: Insegnamenti, X/1 [1987], p. 1261).
Antes de continuar, quisiera recordar el trágico accidente
en la Guyana francesa, que sufrieron los jóvenes que venían a esta Jornada,
allí perdió la vida la joven Sophie Morinière, y otros jóvenes resultaron
heridos.
Los invito a hacer un instante de silencio y de oración a
Dios, nuestro Padre, por
Sophie, los heridos y sus familiares.
Este año, la Jornada vuelve, por segunda vez, a América
Latina. Y ustedes, jóvenes, han respondido en gran número a la invitación de
Benedicto XVI, que los ha convocado para celebrarla. A él se lo agradecemos de
todo corazón. Y a él, que nos convocó hoy aquí, le enviamos un saludo y un
fuerte aplauso. Ustedes saben que, antes de venir a Brasil, estuve charlando
con él. Y le pedí que me acompañara en el viaje, con la oración. Y me dijo: los
acompaño con la oración, y estaré junto al televisor. Así que ahora nos está
viendo. Mi mirada se extiende sobre esta gran muchedumbre: ¡Son ustedes tantos!
Llegados de todos los continentes. Distantes, a veces no sólo geográficamente,
sino también desde el punto de vista existencial, cultural, social, humano. Pero
hoy están aquí, o más bien, hoy estamos aquí, juntos, unidos para compartir la
fe y la alegría del encuentro con Cristo, de ser sus discípulos. Esta semana,
Río se convierte en el centro de la Iglesia, en su corazón vivo y joven, porque
ustedes han respondido con generosidad y entusiasmo a la invitación que Jesús
les ha hecho para estar con él, para ser sus amigos.
El tren de esta Jornada Mundial de la Juventud ha venido de
lejos y ha atravesado la Nación brasileña siguiendo las etapas del proyecto “Bota
fe - Poned fe”. Hoy ha
llegado a Río de Janeiro. Desde el Corcovado, el Cristo Redentor nos abraza y
nos bendice. Viendo este mar, la playa y a todos ustedes, me viene a la mente
el momento en que Jesús llamó a sus primeros discípulos a orillas del lago de Tiberíades.
Hoy Jesús nos sigue preguntando: ¿Querés ser mi discípulo? ¿Querés ser mi
amigo? ¿Querés ser testigo del Evangelio? En el corazón del Año de la Fe, estas preguntas nos invitan a renovar
nuestro compromiso cristiano. Sus familias y comunidades locales les han
transmitido el gran don de la fe. Cristo ha crecido en ustedes. Hoy quiere
venir aquí para confirmarlos en esta fe, la fe en Cristo vivo que habita en
ustedes, pero he venido yo también para ser confirmado por el entusiasmo de la
fe de ustedes. Ustedes
saben que en la vida de un obispo hay tantos problemas que piden ser
solucionados. Y con estos problemas y dificultades, la fe del obispo puede
entristecerse, Qué feo es un obispo triste. Qué feo, que es. Para que mi fe no
sea triste he venido aquí para contagiarme con el entusiasmo de ustedes.
Los saludo con cariño. A ustedes aquí presentes, venidos de
los cinco continentes y, a través de ustedes, saludo a todos los jóvenes del
mundo, en particular a aquellos que querían venir a Río de Janeiro, y no han
podido. A los que nos
siguen por medio de la radio, y la televisión e internet, a todos les digo:
¡Bienvenidos a esta fiesta de la fe! En diversas partes del mundo, muchos jóvenes
están reunidos ahora para vivir juntos con nosotros este momento: sintámonos
unidos unos a otros en la alegría, en la amistad, en la fe. Y tengan certeza de
que mi corazón los abraza a todos con afecto universal. Porque lo más
importante hoy es ésta reunión de ustedes y la reunión de todos los jóvenes que
nos están siguiendo a través de los medios. ¡El Cristo Redentor, desde la cima
del monte Corcovado, los acoge y los abraza en esta bellísima ciudad de Río!
Un saludo particular al Presidente del Pontificio Consejo
para los Laicos, el querido e incansable Cardenal Stanislaw Rilko, y a cuantos
colaboran con él. Agradezco a Monseñor Orani João Tempesta, Arzobispo de São
Sebastião do Río de Janeiro, la cordial acogida que me ha dispensado, además
quiero decir aquí que los cariocas saben recibir bien, saben dar una gran
acogida, y agradecerle el gran trabajo para realizar esta Jornada Mundial de la
Juventud, junto a sus obispos auxiliares, con las diversas diócesis de este
inmenso Brasil. Mi agradecimiento también se dirige a todas las autoridades
nacionales, estatales y locales, y a cuantos han contribuido para hacer posible
este momento único de celebración de la unidad, de la fe y de la fraternidad.
Gracias a los Hermanos Obispos, a los sacerdotes, a los seminaristas, a las
personas consagradas y a los fieles laicos que acompañan a los jóvenes, desde
diversas partes de nuestro planeta, en su peregrinación hacia Jesús. A todos y
a cada uno, un abrazo afectuoso en Jesús y con Jesús.
¡Hermanos y amigos, bienvenidos a la XXVIII Jornada Mundial
de la Juventud, en esta maravillosa ciudad de Río de Janeiro!
Queridos
jóvenes:
“Qué bien se está aquí”, exclamó Pedro, después de haber
visto al Señor Jesús transfigurado, revestido de gloria. ¿Podemos repetir
también nosotros esas palabras? Pienso que sí, porque para todos nosotros, hoy
es bueno estar aquí hoy, en torno a Jesús. Él es quien nos acoge y se hace
presente en medio de nosotros, aquí en Río. Y en el Evangelio hemos también
escuchado las palabras del Padre: “Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenlo” (Lc 9,35). Por tanto, si por una parte es
Jesús el que nos acoge; por otra, también nosotros queremos acogerlo, ponernos
a la escucha de su palabra, porque precisamente acogiendo a Jesucristo, Palabra
encarnada, es como el Espíritu nos transforma, ilumina el camino del futuro, y
hace crecer en nosotros las alas de la esperanza para caminar con alegría (cf.
Carta enc. Lumen fidei, 7).
Pero, ¿qué podemos hacer? “Bota fé – Poné fe”. La cruz de la Jornada
Mundial de la Juventud ha gritado estas palabras a lo largo de su peregrinación
por Brasil. ¿Qué significa “Poné fe”? Cuando se prepara un buen plato y ves que
falta la sal, “pones” sal; si falta el aceite, “pones”
aceite… “Poné”, es decir, añadir, echar. Lo mismo pasa en nuestra vida,
queridos jóvenes: si queremos que tenga realmente sentido y sea plena, como ustedes
desean y merecen, les digo a cada uno y a cada una de ustedes: “Poné fe” y tu vida tendrá un sabor nuevo,
la vida tendrá una brújula que te indicará la dirección; “Poné esperanza” y cada día de tu vida estará iluminado
y tu horizonte no será ya oscuro, sino luminoso; “poné amor” y tu existencia será como una casa
construida sobre la roca, tu camino será gozoso, porque encontrarás tantos
amigos que caminan contigo. ¡ Poné fe, poné esperanza, poné! Todos juntos:
«Bote fé», «bote esperanza», «bote amor».
Pero, ¿quién puede darnos esto? En el Evangelio escuchamos
la respuesta: Cristo. “Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”. Jesús nos
trae a Dios y nos lleva a Dios, con él toda nuestra vida se transforma, se
renueva y nosotros podemos ver la realidad con ojos nuevos, desde el punto de
vista de Jesús, con sus mismos ojos (cf. Carta enc.Lumen fidei, 18). Por eso hoy les digo a cada
uno de ustedes: “Poné a Cristo” en tu vida y encontrarás un amigo del que
fiarte siempre; “poné a Cristo” y vas a ver crecer las alas de la esperanza
para recorrer con alegría el camino del futuro; “poné a Cristo” y tu vida
estará llena de su amor, será una vida fecunda. Porque todos nosotros queremos
tener una vida fecunda. Una vida que dé vida a otros.
Hoy nos hará bien a todos que nos preguntásemos
sinceramente, que cada uno piense en su corazón: ¿En quién ponemos nuestra fe?
¿En nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Todos tenemos muchas veces la
tentación de ponernos en el centro, de creernos que somos el eje del universo,
de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o pensar que el tener, el
dinero, el poder es lo que da la felicidad. Pero todos sabemos que no es así.
El tener, el dinero, el poder pueden ofrecer un momento de embriaguez, la
ilusión de ser felices, pero, al final, nos dominan y nos llevan a querer tener
cada vez más, a no estar nunca satisfechos. Y terminamos empachados pero no
alimentados, y es muy triste ver una juventud empachada pero débil. La juventud
tiene que ser fuerte, alimentarse de su fe, y no empacharse de otras cosas. ¡“Poné
a Cristo” en tu vida, poné tu
confianza en él y no vas a quedar defraudado! Miren, queridos amigos, la fe en
nuestra vida hace una revolución que podríamos llamar copernicana, nos quita
del centro y pone en el centro a Dios; la fe nos inunda de su amor que nos da
seguridad, fuerza y esperanza. Aparentemente parece que no cambia nada, pero,
en lo más profundo de nosotros mismos, cambia todo. Cuando está Dios en nuestro
corazón habita la paz, la dulzura, la ternura, el entusiasmo, la serenidad y la
alegría, que son frutos del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), entonces y nuestra existencia
se transforma, nuestro modo de pensar y de obrar se renueva, se convierte en el
modo de pensar y de obrar de Jesús, de Dios. Amigos queridos, la fe es
revolucionaria y yo te pregunto a vos, hoy: ¿Estás dispuesto, estás dispuesta a
entrar en esta onda de la revolución de la fe?. Sólo entrando tu vida joven va a tener
sentido y así será fecunda.
Querido joven, querida joven: “Poné a Cristo” en tu vida. En estos
días, Él te espera: Escúchalo con atención y su presencia entusiasmará tu
corazón. “Poné a Cristo”: Él te acoge en el Sacramento del perdón, con su
misericordia cura todas las heridas del pecado. No le tengas miedo a pedirle
perdón, porque Él en su tanto amor nunca se cansa de perdonarnos, como un padre
que nos ama. ¡Dios es pura misericordia! “Poné a Cristo”: Él te espera
también en la Eucaristía, Sacramento de su presencia, de su sacrificio de amor,
y Él te espera también en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán
con su amistad, te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje
del amor, de la bondad, del servicio. También vos, querido joven, querida
joven, podés ser un testigo gozoso de su amor, un testigo entusiasta de su
Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo. Dejate buscar por Jesús,
dejate amar por Jesús, es un amigo que no defrauda.
“Qué bien se está aquí”, poniendo a Cristo, la fe, la
esperanza, el amor que él nos da, en nuestra vida. Queridos amigos, en
esta celebración hemos acogido la imagen de Nuestra
Señora de Aparecida. A María
le pedimos que nos enseñe a seguir a Jesús. Que nos enseñe a ser discípulos y
misioneros. Como ella, queremos decir “sí” a Dios. Pidamos a su Corazón de
Madre que interceda por nosotros, para que nuestros corazones estén dispuestos
a amar a Jesús y a hacerlo amar. Queridos jóvenes, ¡Jesús nos espera. Jesús
cuenta con nosotros! Amén.
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ÁNGELUS / LA HORA DE MARÍA
Balcón del Palacio arzobispal, Río
de Janeiro
Viernes 26 de julio de 2013
Viernes 26 de julio de 2013
Queridos
hermanos y amigos
Buenos días.
Buenos días.
Doy gracias a la Divina Providencia por haber guiado mis
pasos hasta aquí, a la ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro. Agradezco de
corazón a Mons. Orani y también a ustedes la cálida acogida, con la que
manifiestan su afecto al Sucesor de Pedro. Me gustaría que mi paso por esta
ciudad de Río renovase en todos el amor a Cristo y a la Iglesia, la alegría de
estar unidos a Él y de pertenecer a la Iglesia, y el compromiso de vivir y dar
testimonio de la fe.
Una bellísima expresión popular de la fe es la oración del Angelus [en Brasil, la Hora de María]. Es una
oración sencilla que se reza en tres momentos señalados de la jornada, que
marcan el ritmo de nuestras actividades cotidianas: por la mañana, a mediodía y
al atardecer. Pero es una oración importante; invito a todos a recitarla con el
Avemaría. Nos recuerda un acontecimiento luminoso que ha transformado la
historia: la Encarnación, el Hijo de Dios se ha hecho hombre en Jesús de
Nazaret.
Hoy la Iglesia celebra a los padres de la Virgen María, los
abuelos de Jesús: los santos Joaquín y Ana. En su casa vino al mundo María,
trayendo consigo el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción; en su
casa creció acompañada por su amor y su fe; en su casa aprendió a escuchar al
Señor y a seguir su voluntad. Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa
larga cadena que ha transmitido la fe y el amor de Dios, en el calor de la
familia, hasta María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo,
nos los ha dado a nosotros. ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar
privilegiado para transmitir la fe! Refiriéndome al ambiente familiar quisiera
subrayar una cosa: hoy, en esta fiesta de los santos Joaquín y Ana, se celebra,
tanto en Brasil como en otros países, la fiesta de los abuelos. Qué importantes
son en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe
que es esencial para toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el
diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. El Documento
conclusivo de Aparecida nos lo recuerda: “Niños y ancianos construyen el futuro
de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos
porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida” (n. 447). Esta
relación, este diálogo entre las generaciones, es un tesoro que tenemos que
preservar y alimentar. En estas Jornadas de la Juventud, los jóvenes quieren
saludar a los abuelos. Los saludan con todo cariño. Los abuelos. Saludemos a los
abuelos. Ellos, los jóvenes, saludan a sus abuelos con mucho afecto y les
agradecen el testimonio de sabiduría que nos ofrecen continuamente.
Y ahora, en esta Plaza, en sus calles adyacentes, en las
casas que viven con nosotros este momento de oración, sintámonos como una gran
familia y dirijámonos a María para que proteja a nuestras familias, las haga
hogares de fe y de amor, en los que se sienta la presencia de su Hijo Jesús.
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VÍA CRUCIS CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Paseo marítimo de Copacabana, Río de Janeiro
Viernes 26 de julio de 2013
Viernes 26 de julio de 2013
Queridísimos jóvenes:
Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de
su camino de dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos
fuertes de la Jornada Mundial de la Juventud. Al concluir el Año Santo de la
Redención, el beato Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz
diciéndoles: «Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús a la
humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay
salvación y redención» (Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los
jóvenes, 22 de
abril de 1984: Insegnamenti VII,1 (1984), 1105). Desde entonces, la Cruz ha
recorrido todos los continentes y ha atravesado los más variados mundos de la
existencia humana, quedando como impregnada de las situaciones vitales de
tantos jóvenes que la han visto y la han llevado. Queridos hermanos, nadie
puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar
consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida. Esta tarde, acompañando al
Señor, me gustaría que resonasen en sus corazones tres preguntas: ¿Qué han
dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los
que ha recorrido su inmenso país? Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de
ustedes? Y, finalmente, ¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz?
1. Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que
el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para escapar de la persecución de
Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó:
«Señor, ¿adónde vas?». La respuesta de Jesús fue: «Voy a Roma para ser
crucificado de nuevo». En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir
al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca
estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado
hasta morir. Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles y carga nuestros
miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos.
Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya
no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con la Cruz, Jesús
se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la trágica
pérdida de sus hijos, como en el caso de los doscientos cuarenta y dos jóvenes
víctimas del incendio en la ciudad de Santa María a principios de este año.
Rezamos por ellos. Con la Cruz Jesús se
une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se
permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos. Con la cruz, Jesús
está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de
paraísos artificiales, como la droga. Con la Cruz,Jesús se une a quien es
perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su
piel; en la Cruz, Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su
confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que
han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los
cristianos y de los ministros del Evangelio. Cuánto hacen sufrir a Jesús
nuestras incoherencias. En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del
hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga
sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo. Yo
la llevo con vos y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a
darte vida (cf. Jn 3,16).
2. Podemos ahora responder a la segunda pregunta: ¿Qué ha
dejado la Cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en
cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie nos puede dar: la certeza
del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro
pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para
sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz
de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor
del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de
Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen fidei, 16). Porque Él nunca defrauda a
nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención.
Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque
Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de
odio, y de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y
de vida.
El primer nombre de Brasil fue precisamente «Terra de Santa Cruz». La Cruz
de Cristo fue plantada no sólo en la playa hace más de cinco siglos, sino
también en la historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño, y en
muchos otros pueblos. A Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros
que comparte nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz,
pequeña o grande que sea,
que el Señor no comparta con nosotros.
3. Pero la Cruz invita también a dejarnos contagiar por
este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor,
sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una
palabra, un gesto. La Cruz nos invita a salir de nosotros mismos para ir al
encuentro de ellos y tenderles la mano. Muchos rostros, lo hemos visto en el
Viacrucis, muchos rostros acompañaron a Jesús en el camino al Calvario: Pilato,
el Cireneo, María, las mujeres… Yo te pregunto hoy a vos: Vos, ¿como quien
querés ser. Querés ser como Pilato, que no tiene la valentía de ir a
contracorriente, para salvar la vida de Jesús, y se lava las manos? Decidme:
Vos, sos de los que se lavan las manos, se hacen los distraídos y miran para otro
lado, o sos como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado,
como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta
el final, con amor, con ternura. Y vos ¿como cuál de ellos querés ser? ¿Como
Pilato, como el Cireneo, como María? Jesús te está mirando ahora y te dice: ¿Me
querés ayudar a llevar la Cruz? Hermano
y hermana, con toda tu fuerza de joven ¿qué le contestás?
Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros
sufrimientos, nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón
abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo
amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor.
SANTA MISA CON LOS OBISPOS DE LA XXVIII JMJ
Y CON LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y SEMINARISTAS
Y CON LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y SEMINARISTAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Catedral de San Sebastián, Río de
Janeiro
Sábado 27 de julio de 2013
Sábado 27 de julio de 2013
Amados
hermanos en Cristo,
Viendo esta catedral llena de obispos, sacerdotes,
seminaristas, religiosos y religiosas de todo el mundo, pienso en las palabras
del Salmo de la misa de hoy: «Que las naciones te glorifiquen, oh Señor» (Sal 66).
Sí, estamos aquí para alabar al Señor, y lo hacemos
reafirmando nuestra voluntad de ser instrumentos suyos, para que alaben a Dios
no sólo algunos pueblos, sino todos. Con la misma parresia de Pablo y Bernabé, queremos anunciar
el Evangelio a nuestros jóvenes para que encuentren a Cristo y se conviertan en
constructores de un mundo más fraterno. En este sentido, quisiera reflexionar
con ustedes sobre tres aspectos de nuestra vocación: llamados por Dios,
llamados a anunciar el Evangelio, llamados a promover la cultura del encuentro.
1. Llamados
por Dios. Creo que es importante
reavivar siempre en nosotros este hecho, que a menudo damos por descontado
entre tantos compromisos cotidianos: «No son ustedes los que me eligieron a mí,
sino yo el que los elegí a ustedes», dice Jesús (Jn 15,16). Es un caminar de nuevo hasta
la fuente de nuestra llamada. Por eso un obispo, un sacerdote, un consagrado,
una consagrada, un seminarista, no puede ser un desmemoriado. Pierde la
referencia esencial al inicio de su camino. Pedir la gracia, pedirle a la
Virgen, Ella tenía buena memoria, la gracia de ser memoriosos, de ese primer
llamado. Hemos sido llamados por Dios y llamados para permanecer con Jesús (cf. Mc3,14), unidos a él. En
realidad, este vivir, este permanecer en Cristo, marca todo lo que somos y lo
que hacemos. Es precisamente la «vida en Cristo» que garantiza nuestra eficacia
apostólica y la fecundidad de nuestro servicio: «Soy yo el que los elegí a
ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea verdadero» (Jn 15,16). No es la creatividad, por más
pastoral que sea, no son los encuentros o las planificaciones los que aseguran
los frutos, si bien ayudan y mucho, sino lo que asegura el fruto es ser fieles
a Jesús, que nos dice con insistencia: «Permanezcan en mí, como yo permanezco
en ustedes» (Jn 15,4). Y
sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo en
nuestro encuentro cotidiano con él en la Eucaristía, en nuestra vida de
oración, en nuestros momentos de adoración, y también reconocerlo presente y
abrazarlo en las personas más necesitadas. El «permanecer» con Cristo no
significa aislarse, sino un permanecer para ir al encuentro de los otros.
Quiero acá recordar algunas palabras de la beata Madre Teresa de Calcuta. Dice
así: «Debemos estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la
oportunidad de servir a Cristo en los pobres. Es en las «favelas», en los
«cantegriles», en las «villas miseria» donde hay que ir a buscar
y servir a Cristo. Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al altar: con
alegría» (Mother Instructions, I, p. 80). Hasta aquí la beata. Jesús es el Buen Pastor, es
nuestro verdadero tesoro, por favor, no lo borremos de nuestra vida. Enraicemos
cada vez más nuestro corazón en él (cf. Lc 12,34).
2. Llamados
a anunciar el Evangelio. Muchos de ustedes, queridos Obispos y sacerdotes,
si no todos, han venido para acompañar a los jóvenes a la Jornada Mundial de la
Juventud. También ellos han escuchado las palabras del mandato de Jesús:
«Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones» (cf. Mt 28,19). Nuestro compromiso de pastores
es ayudarles a que arda en su corazón el deseo de ser discípulos misioneros de
Jesús. Ciertamente, muchos podrían sentirse un poco asustados ante esta
invitación, pensando que ser misioneros significa necesariamente abandonar el
país, la familia y los amigos. Dios quiere que seamos misioneros. ¿Dónde
estamos? Donde Él nos pone: en nuestra Patria, o donde Él nos ponga. Ayudemos a
los jóvenes a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una consecuencia
de ser bautizados, es parte esencial del ser cristiano, y que el primer lugar
donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de
trabajo, la familia y los amigos. Ayudemos a los jóvenes. Pongámosle la oreja
para escuchar sus ilusiones. Necesitan ser escuchados. Para escuchar sus
logros, para escuchar sus dificultades, hay que estar sentados, escuchando
quizás el mismo libreto, pero con música diferente, con identidades diferentes.
¡La paciencia de escuchar! Eso se lo pido de todo corazón. En el confesionario,
en la dirección espiritual, en el acompañamiento. Sepamos perder el tiempo con
ellos. Sembrar cuesta y cansa, ¡cansa muchísimo! Y es mucho más gratificante
gozar de la cosecha… ¡Qué vivo! ¡Todos gozamos más con la cosecha! Pero Jesús
nos pide que sembremos en serio. No
escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. San Pablo, dirigiéndose a
sus cristianos, utiliza una expresión, que él hizo realidad en su vida: «Hijos
míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que
Cristo sea formado en ustedes» (Ga 4,19).
Que también nosotros la hagamos realidad en nuestro ministerio. Ayudar a
nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de
ser amados personalmente por Dios. Esto es muy difícil, pero cuando un joven lo
entiende, un joven lo siente con la unción que le da el Espíritu Santo, este
"ser amado personalmente por Dios" lo acompaña toda la vida después.
La alegría que ha dado a su Hijo Jesús por nuestra salvación. Educarlos en la
misión, a salir, a ponerse en marcha, a ser callejeros de la fe. Así hizo Jesús
con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como la gallina con los
pollitos; los envió. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en
nuestra comunidad, en nuestra institución parroquial o en nuestra institución
diocesana, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. Salir,
enviados. No es un simple abrir la puerta para que vengan, para acoger, sino
salir por la puerta para buscar y encontrar. Empujemos a los jóvenes para que
salgan. Por supuesto que van a hacer macanas. ¡No tengamos miedo! Los apóstoles
las hicieron antes que nosotros. ¡Empujémoslos a salir! Pensemos con decisión en la
pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que
no suelen frecuentar la parroquia. Ellos son los invitados VIP. Al cruce de los
caminos, andar a buscarlos.
3. Ser llamados por Jesús, llamados para evangelizar y,
tercero, llamados a promover
la cultura del encuentro. En muchos ambientes, y en general en este humanismo
economicista que se nos impuso en el mundo, se ha abierto paso una cultura de
la exclusión, una «cultura del descarte». No hay lugar para el anciano ni para
el hijo no deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre en la calle. A
veces parece que, para algunos, las relaciones humanas estén reguladas por dos
«dogmas»: eficiencia y pragmatismo. Queridos obispos, sacerdotes, religiosos,
religiosas, y ustedes, seminaristas que se preparan para el ministerio, tengan
el valor de ir contracorriente de esa cultura. ¡Tener el coraje! Acuérdense, y
a mí esto me hace bien, y lo medito con frecuencia. Agarren el Primer Libro de
los Macabeos, acuérdense cuando quisieron ponerse a tono de la cultura de la
época. “¡No...! ¡Dejemos, no…! Comamos de todo como toda la gente… Bueno, la
Ley sí, pero que no sea tanto…” Y fueron dejando la fe para estar metidos en la
corriente de esta cultura. Tengan el valor de ir contracorriente de esta
cultura eficientista, de esta cultura del descarte.El encuentro y la acogida de
todos, la solidaridad, es una palabra que la están escondiendo en esta cultura,
casi una mala palabra, la solidaridad y
la fraternidad, son elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente
humana.
Ser servidores de la comunión y de la cultura del
encuentro. Los quisiera casi obsesionados en este sentido. Y hacerlo sin ser
presuntuosos, imponiendo
«nuestra verdad», más bien guiados por la certeza humilde y feliz de quien ha
sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y no
puede dejar de proclamarla (cf. Lc 24,13-35).
Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados por Dios,
con nombre y apellido, cada uno de nosotros, llamados a anunciar el Evangelio y
a promover con alegría la cultura del encuentro. La Virgen María es nuestro
modelo. En su vida ha dado el «ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a
todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a
los hombres a una vida nueva» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 65).
Le pedimos que nos enseñe a encontrarnos cada día con
Jesús. Y, cuando nos hacemos los distraídos, que tenemos muchas cosas, y el
sagrario queda abandonado, que nos lleve de la mano. Pidámoselo. Mira, Madre,
cuando ande medio así, por otro lado, llévame de la mano. Que nos empuje a
salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas que están en la periferia, que
tienen sed de Dios y no hay quien se lo anuncie. Que no nos eche de casa, pero
que nos empuje a salir de casa. Y así que seamos discípulos del Señor. Que Ella
nos conceda a todos esta gracia.
ENCUENTRO CON LA CLASE DIRIGENTE DE BRASIL
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Teatro Municipal de Río de Janeiro
Sábado 27 de julio de 2013
Sábado 27 de julio de 2013
Excelencias,
Señoras y señores.
Señoras y señores.
Buenos días.
Doy gracias a Dios por la oportunidad de encontrar a una
representación tan distinguida y cualificada de responsables políticos y
diplomáticos, culturales y religiosos, académicos y empresariales de este
inmenso Brasil.
Hubiera deseado hablarles en su hermosa lengua portuguesa,
pero para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón, prefiero hablar en
español. Les pido la cortesía de disculparme.
Saludo cordialmente a todos y les expreso mi
reconocimiento. Agradezco a Dom Orani y al Señor Walmyr Júnior sus amables
palabras de bienvenida, de presentación y de testimonio. Veo en ustedes la
memoria y la esperanza: la memoria del camino y de la conciencia de su patria,
y la esperanza de que esta Patria, abierta a la luz que emana del Evangelio,
continúe desarrollándose en el pleno respeto de los principios éticos basados
en la dignidad trascendente de la persona.
Memoria del pasado y utopía hacia el futuro se encuentran
en el presente que no es una coyuntura sin historia y sin promesa, sino un
momento en el tiempo, un desafío para recoger sabiduría y saber proyectarla.
Quien tiene un papel de responsabilidad en una nación está llamado a afrontar
el futuro «con la mirada tranquila de quien sabe ver la verdad», como decía el
pensador brasileño Alceu Amoroso Lima («Nosso tempo», en A vida sobrenatural e o mondo
moderno, Río de Janeiro 1956, 106). Quisiera compartir con ustedes tres
aspectos de esta mirada calma, serena y sabia: primero, la originalidad de una
tradición cultural; segundo, la responsabilidad solidaria para construir el
futuro y, tercero, el diálogo constructivo para afrontar el presente.
1. En primer lugar, es de justicia valorar la originalidad
dinámica que caracteriza a la cultura brasileña, con su extraordinaria
capacidad para integrar elementos diversos. El común sentir de un pueblo, las
bases de su pensamiento y de su creatividad, los principios básicos de su vida,
los criterios de juicio sobre las prioridades, las normas de actuación, se
fundan, se fusionan y crecen en una visión integral de la persona humana.
Esta visión del hombre y de la vida característica del
pueblo brasileño ha recibido también la savia del Evangelio, la fe en
Jesucristo, el amor de Dios y la fraternidad con el prójimo. La riqueza de esta
savia puede fecundar un proceso cultural fiel a la identidad brasileña y a la
vez un proceso constructor de un futuro mejor para todos.
Un proceso que hace crecer la humanización integral y la
cultura del encuentro y de la relación; ésta es la manera cristiana de promover
el bien común, la alegría de vivir. Y aquí convergen la fe y la razón, la
dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana: el arte,
la ciencia, el trabajo, la literatura... El cristianismo combina trascendencia
y encarnación; por la capacidad de revitalizar siempre el pensamiento y la vida
ante la amenaza de frustración y desencanto que pueden invadir el corazón y
propagarse por las calles.
2. Un segundo punto al que quisiera referirme es la
responsabilidad social. Esta requiere un cierto tipo de paradigma cultural y,
en consecuencia, de la política. Somos responsables de la formación de las
nuevas generaciones, ayudarlas a ser capaces en la economía y la política, y
firmes en los valores éticos. El futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la
política, rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la
caridad. El futuro nos exige también una visión humanista de la economía y una
política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite
el elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario y que se
asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: éste es el camino
propuesto. Ya en la época del profeta Amós era muy frecuente la admonición de
Dios: «Venden al justo por dinero, al pobre por un par de sandalias. Oprimen
contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el camino de los indigentes»
(Am 2,6-7). Los gritos que
piden justicia continúan todavía hoy.
Quien desempeña un papel de guía, permítanme que diga,
aquel a quien la vida ha ungido como guía, ha de tener objetivos concretos y
buscar los medios específicos para alcanzarlos, pero también puede existir el
peligro de la desilusión, la amargura, la indiferencia, cuando las expectativas
no se cumplen. Aquí apelo a la dinámica de la esperanza que nos impulsa a ir
siempre más allá, a emplear todas las energías y capacidades en favor de las
personas para las que se trabaja, aceptando los resultados y creando
condiciones para descubrir nuevos caminos, entregándose incluso sin ver los
resultados, pero manteniendo viva la esperanza, con esa constancia y coraje que
nacen de la aceptación de la propia vocación de guía y de dirigente.
Es propio de la dirigencia elegir la más justa de las
opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad
y el interés del bien común; por este camino se va al centro de los males de la
sociedad para superarlos con la audacia de acciones valientes y libres. Es
nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa comprensión de la
totalidad de la realidad, observando, sopesando, valorando, para tomar
decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia el futuro,
reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones. Quien actúa
responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante
el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin
precedentes, tenemos que buscarlo, tenemos que inserirlo en la misma sociedad.
Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se
impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente
solidaria.
3. Para completar esta reflexión, además del humanismo
integral que respete la cultura original y la responsabilidad solidaria,
considero fundamental para afrontar el presente: el diálogo constructivo. Entre
la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible:
el diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo, porque
todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la
verdad. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de
manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la
artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los
medios de comunicación, cuando dialogan. Es imposible imaginar un futuro para
la sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en una democracia
que se quede encerrada en la pura lógica o en el mero equilibrio de la
representación de intereses establecidos. Considero también fundamental en este
diálogo, la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan
un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia.
La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por
la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición
confesional, respeta y valora la presencia de la dimensión religiosa en la
sociedad, favoreciendo sus expresiones más concretas.
Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un
consejo, mi respuesta siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único
modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de
que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en
la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo
bueno en cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos
a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible
y sin prejuicios, yo la definiría como humildad social, que es la que favorece
el diálogo. Sólo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y
las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas
y en clima de respeto de los derechos de cada una. Hoy, o se apuesta por el
diálogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos, todos
perdemos. Por aquí va el camino fecundo.
Excelencias,
Señoras y señores
Señoras y señores
Gracias por su atención. Tomen estas palabras como
expresión de mi preocupación como Pastor de Iglesia y del respeto y afecto que
tengo por el pueblo brasileño. La hermandad entre los hombres y la colaboración
para construir una sociedad más justa no son un sueño fantasioso sino el
resultado de un esfuerzo concertado de todos hacia el bien común. Los aliento en éste su compromiso
por el bien común, que requiere por parte de todos sabiduría, prudencia y
generosidad. Les encomiendo al Padre celestial pidiéndole, por la intercesión
de Nuestra Señora de Aparecida, que colme con sus dones a cada uno de los
presentes, a sus familias y comunidades humanas y de trabajo, y de corazón pido
a Dios que los bendiga. Muchas gracias.
ENTREVISTA DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LA RADIO DE LA ARQUIDIÓCESIS DE RÍO DE JANEIRO
A LA RADIO DE LA ARQUIDIÓCESIS DE RÍO DE JANEIRO
Estudios de “Radio Catedral”
de Rio de Janeiro
Sábado 27 de julio de 2013
Sábado 27 de julio de 2013
Buenos días, buenas tardes, a todos que están
escuchando. Les agradezco la atención y agradezco aquí a los integrantes
de la radio la amabilidad de darme el micrófono. Les agradezco y estoy mirando
la radio y veo que es tan importante, hoy día, los medios de comunicación. Yo
diría, una radio, una radio católica, hoy día es el púlpito más cercano que
tenemos. Es donde podemos anunciar a través de la radio, los valores humanos,
los valores religiosos, y sobre todo, anunciar a Jesucristo, al Señor. Darle al
Señor esa gracia de darle sitio en nuestras cosas. Así que los saludo y
agradezco todo el esfuerzo que hace esta arquidiócesis por tener una radio y
por mantener una radio y con una red tan grande. A todos los que me están
escuchando, les pido que recen por mi, que recen por esta radio, que recen por
el obispo, que recen por la arquidiócesis, que todos nos unamos en la oración y
que todos trabajemos, como decía recién aquí el padre, por una cultura más
humanista, más llena de valores y que no dejemos a nadie afuera. Que todos
trabajemos por esa palabra que hoy día no gusta: solidaridad. Es una palabra
que tratan de dejarla de lado, siempre, porque es molesta y, sin embargo, es
una palabra que refleja los valores humanos y cristianos que hoy se nos piden
para ir contra -como repitió el padre recién-, de la cultura del descarte, todo
es descartable. Una cultura que siempre deja afuera la gente: deja afuera a los
niños, deja afuera a los jóvenes, deja afuera a los ancianos, deja afuera a los
que no sirven, a los que no producen, y eso no puede ser. En vez, la
solidaridad, pone a todos adentro. Deben seguir trabajando por esta cultura de
la solidaridad y por el Evangelio.
Pregunta
sobre la importancia de la familia...
Non sólo diría que la familia es importante para la
evangelización del nuevo mundo. La familia es importante, es necesaria para la
supervivencia de la humanidad. Si no hay familia corre peligro la supervivencia
cultural de la humanidad. Es la base, nos guste o no nos guste: la familia.
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VIGILIA DE ORACIÓN CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Paseo marítimo de Copacabana, Río de Janeiro
Sábado 27 de julio de 2013
Sábado 27 de julio de 2013
Queridos
jóvenes
Al verlos a ustedes, presentes hoy aquí, me viene a la
mente la historia de San Francisco de Asís. Ante el crucifijo oye la voz de
Jesús, que le dice: «Ve, Francisco, y repara mi casa». Y el joven Francisco
responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: repara mi casa.
Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de
albañil para reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la
vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y
trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo.
También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para
su Iglesia. Queridos jóvenes, el Señor los necesita. También hoy llama a cada
uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. Queridos jóvenes,
el Señor hoy los llama. No al montón. A vos, a vos, a vos, a cada uno. Escuchen
en el corazón qué les dice. Pienso que podemos aprender algo de lo que pasó en
estos días: cómo tuvimos que cancelar por el mal tiempo la realización de esta
vigilia en el Campus Fidei,
en Guaratiba. ¿No estaría el Señor queriendo decirnos que el verdadero campo de
la fe, el verdadero Campus
Fidei, no es un lugar geográfico sino que somos nosotros? ¡Sí! Es verdad.
Cada uno de nosotros, cada uno ustedes, yo, todos. Y ser discípulo misionero
significa saber que somos el Campo de la Fe de Dios. Por eso, a partir de la
imagen del Campo de la Fe, pensé en tres imágenes, tres, que nos pueden ayudar
a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera
imagen, la primera, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo
como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra de construcción.
1. Primero, el campo como lugar donde se siembra. Todos
conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en
un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en
medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra
buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el
significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en
nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Hoy, todos los días, pero
hoy de manera especial, Jesús siembra. Cuando aceptamos la Palabra de Dios,
entonces somos el Campo de la Fe. Por favor, dejen que Cristo y su Palabra
entren en su vida, dejen entrar la simiente de la Palabra de Dios, dejen que
germine, dejen que crezca. Dios hace todo pero ustedes déjenlo hacer, dejen que
Él trabaje en ese crecimiento.
Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del
camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. Creo que
con honestidad podemos hacernos la pregunta: ¿Qué clase de terreno somos, qué
clase de terreno queremos ser? Quizás a veces somos como el camino: escuchamos
al Señor, pero no cambia nada en nuestra vida, porque nos dejamos atontar por
tantos reclamos superficiales que escuchamos. Yo les pregunto, pero no
contesten ahora, cada uno conteste en su corazón: ¿Yo soy un joven, una joven,
atontado? O somos como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo,
pero somos inconstantes ante las dificultades, no tenemos el valor de ir a
contracorriente. Cada uno contestamos en nuestro corazón: ¿Tengo valor o soy
cobarde? O somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas
sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22). ¿Tengo en mi corazón la
costumbre de jugar a dos puntas, y quedar bien con Dios y quedar bien con el
diablo? ¿Querer recibir la semilla de Jesús y a la vez regar las espinas y los
yuyos que nacen en mi corazón? Cada uno en silencio se contesta. Hoy, sin
embargo, yo estoy seguro de que la simiente puede caer en buena tierra.
Escuchamos estos testimonios, cómo la simiente cayó en buena tierra. No padre,
yo no soy buena tierra, soy una calamidad, estoy lleno de piedras, de espinas,
y de todo. Sí, puede que por arriba, pero hacé un pedacito, hacé un cachito de
buena tierra y dejá que caiga allí, y vas a ver cómo germina. Yo sé que ustedes
quieren ser buena tierra, cristianos en serio, no cristianos a medio tiempo, no
cristianos «almidonados» con la nariz así [empinada] que parecen cristianos y
en el fondo no hacen nada. No cristianos de fachada. Esos cristianos que son
pura facha, sino cristianos auténticos. Sé que ustedes no quieren vivir en la
ilusión de una libertad chirle que se deja arrastrar por la moda y las
conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones
definitivas que den pleno sentido. ¿Es así, o me equivoco? ¿Es así? Bueno, si
es así hagamos una cosa: todos en silencio, miremos al corazón y cada uno
dígale a Jesús que quiere recibir la semilla. Dígale a Jesús: Mira Jesús las
piedras que hay, mirá las espinas, mirá los yuyos, pero mirá este cachito de
tierra que te ofrezco, para que entre la semilla. En silencio dejamos entrar la
semilla de Jesús. Acuérdense de este momento. Cada uno sabe el nombre de la
semilla que entró. Déjenla crecer y Dios la va a cuidar.
2. El
campo, además de ser lugar de siembra, es lugar de entrenamiento. Jesús nos
pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que
«juguemos en su equipo». A la mayoría de ustedes les gusta el deporte. Aquí, en
Brasil, como en otros países, el fútbol es pasión nacional. ¿Sí o no? Pues
bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo?
Tiene que entrenarse y entrenarse mucho. Así es nuestra vida de discípulos del
Señor. San Pablo, escribiendo a los cristianos, nos dice: «Los atletas se
privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros,
en cambio, por una corona incorruptible» (1 Co 9,25). Jesús nos ofrece algo más
grande que la Copa del Mundo; ¡algo más grande que la Copa del Mundo! Jesús nos
ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con él
que no tendrá fin, allá en la vida eterna. Es lo que nos ofrece Jesús. Pero nos
pide que paguemos la entrada. Y la entrada es que nos entrenemos para «estar en
forma», para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando
testimonio de nuestra fe. A través del diálogo con él, la oración – “Padre,
ahora nos va hacer rezar a todos, ¿no?” –. Te pregunto, pero contestan en su
corazón, ¡eh! No en voz alta, en silencio. ¿Yo rezo? Cada uno se contesta. ¿Yo
hablo con Jesús? O le tengo miedo al silencio. ¿Dejo que el Espíritu Santo
hable en mi corazón? ¿Yo le pregunto a Jesús: Qué querés que haga? ¿Qué querés
de mi vida? Esto es entrenarse. Pregúntenle a Jesús, hablen con Jesús. Y si
cometen un error en la vida, si se pegan un resbalón, si hacen algo que está
mal, no tengan miedo. Jesús, mirá lo que hice, ¿qué tengo que hacer ahora? Pero
siempre hablen con Jesús, en las buenas y en las malas. Cuando hacen una cosa
buena y cuando hacen una cosa mala. ¡No le tengan miedo! Eso es la oración. Y
con eso se van entrenando en el diálogo con Jesús en este discipulado
misionero. Y también a través de los sacramentos, que hacen crecer en
nosotros su presencia. A través del amor fraterno, del saber escuchar,
comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin
marginar. Estos son los entrenamientos para seguir a Jesús: la oración, los
sacramentos y la ayuda a los demás, el servicio a los demás. ¿Lo repetimos
juntos todos? “Oración, sacramentos y ayuda a los demás” [todos lo repiten en
voz alta]. No se oyó bien. Otra vez [ahora más fuerte].
3. Y tercero: El
campo como obra de construcción. Acá estamos viendo cómo se ha construido
esto aquí. Se empezaron a mover los muchachos, las chicas. Movieron y construyeron
una iglesia. Cuando nuestro corazón es una tierra buena que recibe la Palabra
de Dios, cuando «se suda la camiseta», tratando de vivir como cristianos,
experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos parte de una familia
de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia. Estos
muchachos, estas chicas no estaban solos, en conjunto hicieron un camino y
construyeron la iglesia, en conjunto hicieron lo de San Francisco: construir,
reparar la iglesia. Te pregunto: ¿Quieren construir la iglesia? [todos:
“¡Sí!”] ¿Se animan? [todos: “¡Sí!”] ¿Y mañana se van a olvidar de este sí
que dijeron? [todos: “¡No!”] ¡Así me gusta! Somos parte de la iglesia, más aún,
nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia.
Chicos y chicas, por favor: no se metan en la cola de la historia. Sean
protagonistas. Jueguen para adelante. Pateen adelante, construyan un mundo
mejor. Un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de
fraternidad, de solidaridad. Jueguen adelante siempre. San Pedro nos dice que
somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5). Y miramos este palco, vemos que
tiene forma de una iglesia construida con piedras vivas. En la Iglesia de
Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su
Iglesia; cada uno de nosotros es una piedra viva, es un pedacito de la
construcción, y si falta ese pedacito cuando viene la lluvia entra la gotera y
se mete el agua dentro de la casa. Cada pedacito vivo tiene que cuidar la
unidad y la seguridad de la Iglesia. Y no construir una pequeña capilla
donde sólo cabe un grupito de personas. Jesús nos pide que su Iglesia sea tan
grande que pueda alojar a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Jesús me
dice a mí, a vos, a cada uno: «Vayan, hagan discípulos a todas las naciones».
Esta tarde, respondámosle: Sí, Señor, también yo quiero ser una piedra viva;
juntos queremos construir la Iglesia de Jesús. Quiero ir y ser constructor de
la Iglesia de Cristo. ¿Se animan a repetirlo? Quiero ir y ser constructor de la
Iglesia de Cristo. A ver ahora... [todos “¡Sí!”]. Después van a pensar lo
que dijeron juntos...
Tu corazón, corazón joven, quiere construir un mundo mejor.
Sigo las noticias del mundo y veo que tantos jóvenes, en muchas partes del
mundo, han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más
justa y fraterna. Los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser
protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas
del cambio. Ustedes son los que tienen el futuro. Ustedes... Por ustedes entra
el futuro en el mundo. A ustedes les pido que también sean protagonistas de
este cambio. Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a
las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes
del mundo. Les pido que sean constructores del futuro, que se metan en el
trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida,
métanse en ella, Jesús no se quedó en el balcón, se metió; no balconeen la
vida, métanse en ella como
hizo Jesús. Sin embargo, queda una pregunta: ¿Por dónde empezamos? ¿A quién le
pedimos que empiece esto? ¿Por dónde empezamos? Una vez, le preguntaron a la
Madre Teresa qué era lo que había que cambiar en la Iglesia, para empezar: por
qué pared de la Iglesia empezamos. ¿Por dónde – dijeron –, Madre, hay de
empezar? Por vos y por mí, contestó ella. ¡Tenía garra esta mujer! Sabía por
dónde había che empezar. Yo también hoy le robo la palabra a la madre Teresa, y
te digo: ¿Empezamos? ¿Por dónde? Por vos y por mí. Cada uno, en silencio otra
vez, pregúntese si tengo que empezar por mí, por dónde empiezo. Cada uno abra
su corazón para que Jesús les diga por dónde empiezo.
Queridos amigos, no se olviden: ustedes son el campo de la
fe. Ustedes son los atletas de Cristo. Ustedes son los constructores de una
Iglesia más hermosa y de un mundo mejor. Levantemos nuestros ojos hacia la
Virgen. Ella nos ayuda a seguir a Jesús, nos da ejemplo con su «sí» a Dios:
«Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Se lo digamos también nosotros
a Dios, junto con María: Hágase en mí según tu palabra. Que así sea.
___________________________________
SANTA MISA PARA LA XXVIII JORNADA MUNDIAL DE LA
JUVENTUD
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Paseo marítimo de Copacabana, Río de Janeiro
Domingo, 28 de julio de 2013
Domingo, 28 de julio de 2013
Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes
«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Con estas
palabras, Jesús se dirige a cada uno de ustedes diciendo: «Qué bonito ha sido
participar en la Jornada Mundial de la Juventud, vivir la fe junto a jóvenes
venidos de los cuatro ángulos de la tierra, pero ahora tú debes ir y transmitir
esta experiencia a los demás». Jesús te llama a ser discípulo en misión. A la
luz de la palabra de Dios que hemos escuchado, ¿qué nos dice hoy el Señor? ¿qué
nos dice hoy el Señor? Tres palabras: Vayan,
sin miedo, para servir.
1. Vayan.
En estos días aquí en Río, han podido experimentar la belleza de encontrar a
Jesús y de encontrarlo juntos, han sentido la alegría de la fe. Pero la
experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o en el
pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad. Sería como
quitarle el oxígeno a una llama que arde. La fe es una llama que se hace más
viva cuanto más se comparte, se transmite, para que todos conozcan, amen y
profesen a Jesucristo, que es el Señor de la vida y de la historia (cf. Rm 10,9).
Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen
tiempo vayan, sino que
dijo: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia
de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el
Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la
voluntad de dominio, de la voluntad de
poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido antes a
nosotros y nos ha dado, no nos dio algo
de sí, sino se nos dio
todo él, él ha dado su
vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios. Jesús no
nos trata como a esclavos, sino como a personas
libres, amigos, hermanos; y no sólo nos envía, sino que nos acompaña, está
siempre a nuestro lado en esta misión de amor.
¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites:
nos envía a todos. El evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo
para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para
todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las
periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente.
El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y
de su amor.
En particular, quisiera que este mandato de Cristo:
«Vayan», resonara en ustedes jóvenes de la Iglesia en América Latina,
comprometidos en la misión continental promovida por los obispos. Brasil,
América Latina, el mundo tiene necesidad de Cristo. San Pablo dice: «¡Ay de mí
si no anuncio el evangelio!» (1 Co 9,16).
Este continente ha recibido el anuncio del evangelio, que ha marcado su camino
y ha dado mucho fruto. Ahora este anuncio se os ha confiado también a ustedes,
para que resuene con renovada fuerza. La Iglesia necesita de ustedes, del
entusiasmo, la creatividad y la alegría que les caracteriza. Un gran apóstol de
Brasil, el beato José de Anchieta, se marchó a misionar cuando tenía sólo
diecinueve años. ¿Saben cuál es el mejor medio para evangelizar a los jóvenes?
Otro joven. ¡Éste es el camino que ha de ser recorrido por ustedes!
2. Sin
miedo. Puede que alguno piense: «No tengo ninguna preparación especial,
¿cómo puedo ir y anunciar el evangelio?». Querido amigo, tu miedo no se
diferencia mucho del de Jeremías, escuchamos en la lectura recién, cuando fue
llamado por Dios para ser profeta: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé
hablar, que sólo soy un niño». También Dios les dice a ustedes lo que le dijo a
Jeremías: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,6.8). Él está con nosotros.
«No tengan miedo». Cuando vamos a anunciar a Cristo, es él
mismo el que va por delante y nos guía. Al
enviar a sus discípulos en misión, ha prometido: «Yo estoy con ustedes todos
los días» (Mt 28,20). Y
esto es verdad también para nosotros. Jesús no nos deja solos, nunca deja solo
a nadie. Nos acompaña siempre.
Además, Jesús
no dijo: «Andá», sino «Vayan»: somos enviados juntos. Queridos jóvenes, sientan
la compañía de toda la Iglesia, y también la comunión de los santos, en esta
misión. Cuando juntos hacemos frente a los desafíos, entonces somos fuertes,
descubrimos recursos que pensábamos que no teníamos. Jesús no ha llamado a los
apóstoles para que vivan aislados,
los ha llamado a formar un grupo, una comunidad. Quisiera dirigirme también a
ustedes, queridos sacerdotes que concelebran conmigo esta eucaristía: han
venido a acompañar a sus jóvenes, y es bonito compartir esta experiencia de fe.
Seguro que les ha rejuvenecido a todos. El joven contagia juventud. Pero es sólo una etapa en el
camino. Por favor, sigan acompañándolos con generosidad y alegría, ayúdenlos a
comprometerse activamente en la Iglesia; que nunca se sientan solos. Y aquí
quiero agradecer de corazón a los grupos de pastoral juvenil, a los movimientos
y nuevas comunidades que acompañan a los jóvenes en su experiencia de ser
Iglesia, tan creativos y tan audaces. ¡Sigan adelante y no tengan miedo!
3. La última palabra: para
servir. Al comienzo del salmo que hemos proclamado están estas palabras:
«Canten al Señor un cántico nuevo» (95,1). ¿Cuál es este cántico nuevo? No son
palabras, no es una melodía, sino que es el canto de su vida, es dejar que
nuestra vida se identifique con la de Jesús, es tener sus sentimientos, sus
pensamientos, sus acciones. Y la vida de Jesús es una vida para los demás, la
vida de Jesús es una vida para los demás. Es una vida de servicio.
San Pablo, en la lectura que hemos escuchado hace poco,
decía: «Me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles» (1 Co 9,19). Para anunciar a Jesús, Pablo se
ha hecho «esclavo de todos». Evangelizar es dar testimonio en primera persona
del amor de Dios, es superar nuestros egoísmos, es servir inclinándose a lavar
los pies de nuestros hermanos como hizo Jesús.
Tres palabras: Vayan,
sin miedo, para servir. Vayan,
sin miedo, para servir. Siguiendo estas tres palabras experimentarán que
quien evangeliza es evangelizado, quien transmite la alegría de la fe, recibe
más alegría. Queridos jóvenes, cuando vuelvan a sus casas, no tengan miedo de
ser generosos con Cristo, de dar testimonio del evangelio. En la primera
lectura, cuando Dios envía al profeta Jeremías, le da el poder para «arrancar y
arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar» (Jr 1,10). También es así para ustedes.
Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal
y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la
intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Queridos jóvenes:
Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes. El Papa cuenta
con ustedes. Que María, Madre de Jesús y Madre nuestra, los acompañe siempre
con su ternura: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Amén.
_____________________________________
ÁNGELUS
Paseo marítimo de Copacabana, Río de Janeiro
Domingo 28 de julio de 2013
Domingo 28 de julio de 2013
Queridos
hermanos y hermanas
Al final de esta celebración eucarística, con la que hemos
elevado a Dios nuestro canto de alabanza y gratitud por cada gracia recibida
durante esta Jornada Mundial de la Juventud, quisiera agradecer de nuevo a
Monseñor Orani Tempesta y al Cardenal Rylko las palabras que me han dirigido.
Les agradezco también a ustedes, queridos jóvenes, todas las alegrías que me
han dado en estos días. Gracias. Les llevo en mi corazón. Ahora dirigimos
nuestra mirada a la Madre del cielo, la Virgen María. En estos días, Jesús les
ha repetido con insistencia la invitación a ser sus discípulos misioneros; han
escuchado la voz del Buen Pastor que les ha llamado por su nombre y han
reconocido la voz que les llamaba (cf. Jn 10,4). ¿No es verdad que, en esta voz
que ha resonado en sus corazones, han sentido la ternura del amor de Dios? ¿Han
percibido la belleza de seguir a Cristo, juntos, en la Iglesia? ¿Han
comprendido mejor que el evangelio es la respuesta al deseo de una vida todavía
más plena? (cf. Jn 10,10). ¿Es verdad?
La Virgen Inmaculada intercede por nosotros en el Cielo
como una buena madre que cuida de sus hijos. Que María nos enseñe con su vida
qué significa ser discípulo misionero. Cada vez que rezamos el Angelus, recordamos el evento
que ha cambiado para siempre la historia de los hombres. Cuando el ángel
Gabriel anunció a María que iba a ser la Madre de Jesús, del Salvador, ella,
aun sin comprender del todo el significado de aquella llamada, se fió de Dios y
respondió: «Aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Pero, ¿qué hizo
inmediatamente después? Después de recibir la gracia de ser la Madre del Verbo
encarnado, no se quedó con aquel regalo; se sintió responsable, y marchó, salió
de su casa y se fue rápidamente a ayudar a su pariente Isabel, que tenía
necesidad de ayuda (cf. Lc 1,38-39); realizó un gesto de amor, de
caridad y de servicio concreto, llevando a Jesús en su seno. Y este gesto lo
hizo diligentemente.
Queridos amigos, éste es nuestro modelo. La que ha recibido
el don más precioso de parte de Dios, como primer gesto de respuesta se pone en
camino para servir y llevar a Jesús. Pidamos a la Virgen que nos ayude también
a nosotros a llevar la alegría de Cristo a nuestros familiares, compañeros,
amigos, a todos. No tengan nunca miedo de ser generosos con Cristo. ¡Vale la
pena! Salgan y vayan con valentía y generosidad, para que todos los hombres y
mujeres encuentren al Señor.
Queridos jóvenes, tenemos una cita en la próxima Jornada
Mundial de la Juventud, en 2016, en Cracovia, Polonia. Pidamos, por la
intercesión materna de María, la luz del Espíritu Santo para el camino que nos
llevará a esta nueva etapa de gozosa celebración de la fe y del amor de Cristo.
Ahora
recemos juntos…
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ENCUENTRO CON EL COMITÉ DE COORDINACIÓN DEL CELAM
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Centro Estudios de Sumaré, Río de
Janeiro
Domingo 28 de julio de 2013
Domingo 28 de julio de 2013
1. Introducción
Agradezco al Señor esta oportunidad de poder hablar con
ustedes, hermanos Obispos, responsables del CELAM en el cuatrienio 2011-2015.
Hace 57 años que el CELAM sirve a las 22 Conferencias Episcopales de América
Latina y El Caribe, colaborando solidaria y subsidiariamente para promover,
impulsar y dinamizar la colegialidad episcopal y la comunión entre las Iglesias
de esta Región y sus Pastores.
Como Ustedes, también yo soy testigo del fuerte impulso del
Espíritu en la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El
Caribe en Aparecida, en mayo de 2007, que sigue animando los trabajos del CELAM
para la anhelada renovación de las iglesias particulares. Esta renovación, en
buena parte de ellas, se encuentra ya en marcha. Quisiera centrar esta
conversación en el patrimonio heredado de aquel encuentro fraterno y que todos
hemos bautizado como Misión Continental.
2. Características peculiares de Aparecida
Existen cuatro características que son propias de la V
Conferencia. Son como cuatro columnas del desarrollo de Aparecida y que le
confieren su originalidad.
1) Inicio sin documento
Medellín, Puebla y Santo Domingo comenzaron sus trabajos
con un camino recorrido de preparación que culminó en una especie de Instrumentum laboris, con el cual se desarrolló la
discusión, reflexión y aprobación del documento final. En cambio, Aparecida
promovió la participación de las Iglesias particulares como camino de
preparación que culminó en un documento de síntesis. Este documento, si bien
fue referencia durante la Quinta Conferencia General, no se asumió como
documento de partida. El trabajo inicial consistió en poner en común las
preocupaciones de los Pastores ante el cambio de época y la necesidad de
renovar la vida discipular y misionera con la que Cristo fundó la Iglesia.
2) Ambiente de oración con el Pueblo de Dios
Es importante recordar el ambiente de oración generado por
el diario compartir la Eucaristía y otros momentos litúrgicos, donde siempre
fuimos acompañados por el Pueblo de Dios. Por otro lado, puesto que los
trabajos tenían lugar en el subsuelo del Santuario, la “música funcional” que
los acompañaba fueron los cánticos y oraciones de los fieles.
3) Documento que se prolonga en compromiso, con la Misión
Continental
En este contexto de oración y vivencia de fe surgió el
deseo de un nuevo Pentecostés para la Iglesia y el compromiso de la Misión
Continental. Aparecida no termina con un Documento sino que se prolonga en la
Misión Continental.
4) La presencia de Nuestra Señora, Madre de América
Es la primera Conferencia del Episcopado Latinoamericano y
El Caribe que se realiza en un Santuario mariano.
3. Dimensiones de la Misión Continental
La Misión Continental se proyecta en dos dimensiones:
programática y paradigmática. La misión programática, como su nombre lo indica,
consiste en la realización de actos de índole misionera. La misión
paradigmática, en cambio, implica poner en clave misionera la actividad
habitual de las Iglesias particulares. Evidentemente aquí se da, como
consecuencia, toda una dinámica de reforma de las estructuras eclesiales. El
“cambio de estructuras” (de caducas a nuevas) no es fruto de un estudio de
organización de la planta funcional eclesiástica, de lo cual resultaría una
reorganización estática, sino que es consecuencia de la dinámica de la misión.
Lo que hace caer las estructuras caducas, lo que lleva a cambiar los corazones
de los cristianos, es precisamente la misionariedad.
De aquí la importancia de la misión paradigmática.
La Misión Continental, sea programática, sea paradigmática,
exige generar la conciencia de una Iglesia que se organiza para servir a todos
los bautizados y hombres de buena voluntad. El discípulo de Cristo no es una
persona aislada en una espiritualidad intimista, sino una persona en comunidad,
para darse a los demás. Misión Continental, por tanto, implica pertenencia eclesial.
Un planteo como éste, que comienza por el discipulado
misionero e implica comprender la identidad del cristiano como pertenencia
eclesial, pide que nos explicitemos cuáles son los desafíos vigentes de la misionariedad discipular. Señalaré solamente dos: la renovación
interna de la Iglesia y el diálogo con el mundo actual.
Renovación interna de la Iglesia
Aparecida ha propuesto como necesaria la Conversión
Pastoral. Esta conversión implica creer en la Buena Nueva, creer en Jesucristo
portador del Reino de Dios, en su irrupción en el mundo, en su presencia
victoriosa sobre el mal; creer en la asistencia y conducción del Espíritu
Santo; creer en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y prolongadora del dinamismo de la
Encarnación.
En este sentido, es necesario que, como Pastores, nos
planteemos interrogantes que hacen a la marcha de las Iglesias que presidimos.
Estas preguntas sirven de guía para examinar el estado de las diócesis en la
asunción del espíritu de Aparecida y son preguntas que conviene nos hagamos
frecuentemente como examen de conciencia.
1. ¿Procuramos que nuestro trabajo y el de nuestros
Presbíteros sea más pastoral que administrativo? ¿Quién es el principal
beneficiario de la labor eclesial, la Iglesia como organización o el Pueblo de
Dios en su totalidad?
2. ¿Superamos la tentación de atender de manera reactiva
los complejos problemas que surgen? ¿Creamos un hábito pro-activo? ¿Promovemos
espacios y ocasiones para manifestar la misericordia de Dios? ¿Somos
conscientes de la responsabilidad de replantear las actitudes pastorales y el
funcionamiento de las estructuras eclesiales, buscando el bien de los fieles y
de la sociedad?
3. En la práctica, ¿hacemos partícipes de la Misión a los
fieles laicos? ¿Ofrecemos la Palabra de Dios y los Sacramentos con la clara
conciencia y convicción de que el Espíritu se manifiesta en ellos?
4. ¿Es un criterio habitual el discernimiento pastoral,
sirviéndonos de los Consejos Diocesanos? Estos Consejos y los Parroquiales de
Pastoral y de Asuntos Económicos ¿son espacios reales para la participación
laical en la consulta, organización y planificación pastoral? El buen
funcionamiento de los Consejos es determinante. Creo que estamos muy atrasados
en esto.
5. Los Pastores, Obispos y Presbíteros, ¿tenemos conciencia
y convicción de la misión de los fieles y les damos la libertad para que vayan
discerniendo, conforme a su proceso de discípulos, la misión que el Señor les
confía? ¿Los apoyamos y acompañamos, superando cualquier tentación de
manipulación o sometimiento indebido? ¿Estamos siempre abiertos para dejarnos
interpelar en la búsqueda del bien de la Iglesia y su Misión en el mundo?
6. Los agentes de pastoral y los fieles en general ¿se
sienten parte de la Iglesia, se identifican con ella y la acercan a los
bautizados distantes y alejados?
Como se puede apreciar aquí están en juego actitudes. La Conversión
Pastoral atañe principalmente a las actitudes y a una reforma de vida. Un
cambio de actitudes necesariamente es dinámico: “entra en proceso” y sólo se lo
puede contener acompañándolo y discerniendo. Es importante tener siempre
presente que la brújula, para no perderse en este camino, es la de la identidad
católica concebida como pertenencia eclesial.
Diálogo con el mundo actual
Hace bien recordar las palabras del Concilio Vaticano II: Los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo (cf. GS, 1). Aquí reside el fundamento del
diálogo con el mundo actual.
La respuesta a las preguntas existenciales del hombre de
hoy, especialmente de las nuevas generaciones, atendiendo a su lenguaje,
entraña un cambio fecundo que hay que recorrer con la ayuda del Evangelio, del
Magisterio, y de la Doctrina Social de la Iglesia. Los escenarios y areópagos son
de lo más variado. Por ejemplo, en una misma ciudad, existen varios imaginarios
colectivos que conforman “diversas ciudades”. Si nos mantenemos solamente en
los parámetros de “la cultura de siempre”, en el fondo una cultura de base
rural, el resultado terminará anulando la fuerza del Espíritu Santo. Dios está
en todas partes: hay que saber descubrirlo para poder anunciarlo en el idioma
de esa cultura; y cada realidad, cada idioma, tiene un ritmo diverso.
4. Algunas tentaciones contra el discipulado misionero
La opción por la misionariedad del discípulo será tentada.
Es importante saber por dónde va el mal espíritu para ayudarnos en el
discernimiento. No se trata de salir a cazar demonios, sino simplemente de
lucidez y astucia evangélica. Menciono sólo algunas actitudes que configuran
una Iglesia “tentada”. Se trata de conocer ciertas propuestas actuales que
pueden mimetizarse en la dinámica del discipulado misionero y detener, hasta
hacer fracasar, el proceso de Conversión Pastoral.
1. La ideologización del mensaje evangélico. Es una tentación que se dio en la
Iglesia desde el principio: buscar una hermenéutica de interpretación
evangélica fuera del mismo mensaje del Evangelio y fuera de la Iglesia. Un
ejemplo: Aparecida, en un momento, sufrió esta tentación bajo la forma de
asepsia. Se utilizó, y está bien, el método de “ver, juzgar, actuar” (cf. n.
19). La tentación estaría en optar por un “ver” totalmente aséptico, un “ver”
neutro, lo cual es inviable. Siempre el ver está afectado por la mirada. No
existe una hermenéutica aséptica. La pregunta era, entonces: ¿con qué mirada
vamos a ver la realidad? Aparecida respondió: Con mirada de discípulo. Así se
entienden los números 20 al 32. Hay otras maneras de ideologización del mensaje
y, actualmente, aparecen en Latinoamérica y El Caribe propuestas de esta
índole. Menciono sólo algunas:
a) El reduccionismo socializante. Es la ideologización más
fácil de descubrir. En algunos momentos fue muy fuerte. Se trata de una
pretensión interpretativa en base a una hermenéutica según las ciencias
sociales. Abarca los campos más variados, desde el liberalismo de mercado hasta
la categorización marxista.
b) La ideologización psicológica. Se trata de una
hermenéutica elitista que, en definitiva, reduce el ”encuentro con Jesucristo”
y su ulterior desarrollo a una dinámica de autoconocimiento. Suele darse
principalmente en cursos de espiritualidad, retiros espirituales, etc. Termina
por resultar una postura inmanente autorreferencial. No sabe de trascendencia
y, por tanto, de misionariedad.
c) La propuesta gnóstica. Bastante ligada a la tentación
anterior. Suele darse en grupos de élites con una propuesta de espiritualidad
superior, bastante desencarnada, que termina por desembarcar en posturas
pastorales de “quaestiones disputatae”. Fue la primera desviación de la
comunidad primitiva y reaparece, a lo largo de la historia de la Iglesia, en
ediciones corregidas y renovadas. Vulgarmente se los denomina “católicos
ilustrados” (por ser actualmente herederos de la Ilustración).
d) La propuesta pelagiana. Aparece fundamentalmente bajo la
forma de restauracionismo. Ante los males de la Iglesia se busca una solución
sólo en la disciplina, en la restauración de conductas y formas superadas que,
incluso culturalmente, no tienen capacidad significativa. En América Latina
suele darse en pequeños grupos, en algunas nuevas Congregaciones Religiosas, en
tendencias exageradas a la “seguridad” doctrinal o disciplinaria.
Fundamentalmente es estática, si bien puede prometerse una dinámica hacia
adentro: involuciona. Busca “recuperar” el pasado perdido.
2. El funcionalismo. Su acción en la Iglesia es
paralizante. Más que con la ruta se entusiasma con la “hoja de ruta”. La
concepción funcionalista no tolera el misterio, va a la eficacia. Reduce la
realidad de la Iglesia a la estructura de una ONG. Lo que vale es el resultado
constatable y las estadísticas. De aquí se va a todas las modalidades
empresariales de Iglesia. Constituye una suerte de “teología de la prosperidad”
en lo organizativo de la pastoral.
3. El clericalismo es también una tentación muy actual
en Latinoamérica. Curiosamente, en la mayoría de los casos, se trata de una
complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico le pide por favor que lo
clericalice, porque en el fondo le resulta más cómodo. El fenómeno del
clericalismo explica, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana
libertad en parte del laicado latinoamericano. O no crece (la mayoría), o se
acurruca en cobertizos de ideologizaciones como las ya vistas, o en
pertenencias parciales y limitadas. Existe en nuestras tierras una forma de
libertad laical a través de experiencias de pueblo: el católico como pueblo.
Aquí se ve una mayor autonomía, sana en general, y que se expresa
fundamentalmente en la piedad popular. El capítulo de Aparecida sobre piedad
popular describe con profundidad esta dimensión. La propuesta de los grupos
bíblicos, de las comunidades eclesiales de base y de los Consejos pastorales va
en la línea de superación del clericalismo y de un crecimiento de la responsabilidad
laical.
Podríamos seguir describiendo algunas otras tentaciones
contra el discipulado misionero, pero creo que éstas son las más importantes y
de más fuerza en este momento de América Latina y El Caribe.
5. Algunas pautas eclesiológicas
1. El discipulado-misionero que Aparecida propuso a las
Iglesias de América Latina y El Caribe es el camino que Dios quiere para este
“hoy”. Toda proyección utópica (hacia el futuro) o restauracionista (hacia el
pasado) no es del buen espíritu. Dios es real y se manifiesta en el ”hoy”.
Hacia el pasado su presencia se nos da como “memoria” de la gesta de salvación
sea en su pueblo sea en cada uno de nosotros; hacia el futuro se nos da como
“promesa” y esperanza. En el pasado Dios estuvo y dejó su huella: la memoria nos
ayuda a encontrarlo; en el futuro sólo es promesa… y no está en los mil y un
“futuribles”. El “hoy” es lo más parecido a la eternidad; más aún: el ”hoy” es
chispa de eternidad. En el “hoy” se juega la vida eterna.
El discipulado misionero es vocación: llamado e invitación.
Se da en un “hoy” pero “en tensión”. No existe el discipulado misionero
estático. El discípulo misionero no puede poseerse a sí mismo, su inmanencia
está en tensión hacia la trascendencia del discipulado y hacia la trascendencia
de la misión. No admite la autorreferencialidad: o se refiere a Jesucristo o se
refiere al pueblo a quien se debe anunciar. Sujeto que se trasciende. Sujeto
proyectado hacia el encuentro: el encuentro con el Maestro (que nos unge
discípulos) y el encuentro con los hombres que esperan el anuncio.
Por eso, me gusta decir que la posición del discípulo
misionero no es una posición de centro sino de periferias: vive tensionado
hacia las periferias… incluso las de la eternidad en el encuentro con
Jesucristo. En el anuncio evangélico, hablar de “periferias existenciales”
des-centra, y habitualmente tenemos miedo a salir del centro. El
discípulo-misionero es un des-centrado: el centro es Jesucristo, que convoca y
envía. El discípulo es enviado a las periferias existenciales.
2. La Iglesia es institución pero cuando se erige en
“centro” se funcionaliza y poco a poco se transforma en una ONG. Entonces, la
Iglesia pretende tener luz propia y deja de ser ese “misterium lunae” del que
nos hablaban los Santos Padres. Se vuelve cada vez más autorreferencial y se
debilita su necesidad de ser misionera. De “Institución” se transforma en
“Obra”. Deja de ser Esposa para terminar siendo Administradora; de Servidora se
transforma en “Controladora”. Aparecida quiere una Iglesia Esposa, Madre,
Servidora, facilitadora de la fe y no tanto controladora de la fe.
3. En Aparecida se dan de manera relevante dos categorías
pastorales que surgen de la misma originalidad del Evangelio y también pueden
servirnos de pauta para evaluar el modo como vivimos eclesialmente el
discipulado misionero: la
cercanía y el encuentro. Ninguna de las dos es nueva, sino que conforman la
manera cómo se reveló Dios en la historia. Es el “Dios cercano” a su pueblo,
cercanía que llega al máximo al encarnarse. Es el Dios que sale al encuentro de
su pueblo. Existen en América Latina y El Caribe pastorales “lejanas”,
pastorales disciplinarias que privilegian los principios, las conductas, los
procedimientos organizativos… por supuesto sin cercanía, sin ternura, sin
caricia. Se ignora la “revolución de la ternura” que provocó la encarnación del
Verbo. Hay pastorales planteadas con tal dosis de distancia que son incapaces
de lograr el encuentro: encuentro con Jesucristo, encuentro con los hermanos.
Este tipo de pastorales a lo más pueden prometer una dimensión de proselitismo
pero nunca llegan a lograr ni inserción eclesial ni pertenencia eclesial. La
cercanía crea comunión y pertenencia, da lugar al encuentro. La cercanía toma
forma de diálogo y crea una cultura del encuentro. Una piedra de toque para
calibrar la cercanía y la capacidad de encuentro de una pastoral es la homilía.
¿Qué tal son nuestras homilías? ¿Nos acercan al ejemplo de nuestro Señor, que
“hablaba como quien tiene autoridad” o son meramente preceptivas, lejanas,
abstractas?
4. Quien conduce la pastoral, la Misión Continental (sea
programática como paradigmática), es el Obispo. El Obispo debe conducir, que no
es lo mismo que mandonear. Además de señalar las grandes figuras del episcopado
latinoamericano que todos conocemos quisiera añadir aquí algunas líneas sobre
el perfil del Obispo que ya dije a los Nuncios en la reunión que tuvimos en
Roma. Los Obispos han de ser Pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos,
con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la
pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza
exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan
“psicología de príncipes”. Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de
una Iglesia sin estar a la expectativa de otra. Hombres capaces de estar
velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo
mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales
peligros que lo amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza: que haya
sol y luz en los corazones. Hombres capaces de sostener con amor y paciencia
los pasos de Dios en su pueblo. Y el sitio del Obispo para estar con su pueblo
es triple: o delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y
neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado,
pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo también tiene su
olfato para encontrar nuevos caminos.
No quisiera abundar en más detalles sobre la persona del
Obispo, sino simplemente añadir, incluyéndome en esta afirmación, que estamos
un poquito retrasados en lo que a Conversión Pastoral se refiere. Conviene que
nos ayudemos un poco más a dar los pasos que el Señor quiere para nosotros en
este “hoy” de América Latina y El Caribe. Y sería bueno comenzar por aquí.
Les agradezco la paciencia de escucharme. Perdonen el
desorden de la charla y, por favor, les pido que tomemos en serio nuestra
vocación de servidores del santo pueblo fiel de Dios, porque en esto se
ejercita y se muestra la autoridad: en la capacidad de servicio. Muchas
gracias.
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ENCUENTRO CON LOS VOLUNTARIOS DE LA XXVIII JMJ
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Río Centro, Río de Janeiro
Domingo 28 de julio de 2013
Domingo 28 de julio de 2013
Queridos voluntarios, buenas tardes.
No podía regresar a Roma sin haberles dado las gracias
personal y afectuosamente a cada uno de ustedes por el trabajo y la dedicación
con que han acompañado, ayudado, servido a los miles de jóvenes peregrinos; por
tantos pequeños gestos que han hecho de esta Jornada Mundial de la Juventud una
experiencia inolvidable de fe. Con la sonrisa de cada uno de ustedes, con su
amabilidad, con su disponibilidad para el servicio, han demostrado que “hay más
dicha en dar que en recibir” (Hch 20,35).
El servicio que han prestado en estos días me ha recordado
la misión de san Juan Bautista, que preparó el camino a Jesús. Cada uno de
ustedes, a su manera, ha sido un medio que ha facilitado a miles jóvenes tener
“preparado el camino” para encontrar a Jesús. Y éste es el servicio más bonito
que podemos realizar como discípulos misioneros: Preparar el camino para que
todos puedan conocer, encontrar y amar al Señor. A ustedes, que en este período
han respondido con tanta diligencia y solicitud a la llamada para ser
voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud, les quisiera decir: Sean
siempre generosos con Dios y con los otros. No se pierde nada, y en cambio, es
grande la riqueza de vida que se recibe.
Dios llama a opciones definitivas, tiene un proyecto para
cada uno: descubrirlo, responder a la propia vocación, es caminar hacia la
realización feliz de uno mismo. Dios nos llama a todos a la santidad, a vivir
su vida, pero tiene un camino para cada uno. Algunos son llamados a
santificarse construyendo una familia mediante el sacramento del matrimonio.
Hay quien dice que hoy el matrimonio está “pasado de moda”. ¿Está pasado de
moda? [No…]. En la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican
que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse
para toda la vida, hacer opciones definitivas, “para siempre”, porque no se
sabe lo que pasará mañana. Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios,
les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra
esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son
capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son capaces de amar
verdaderamente. Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido por ustedes.
Atrévanse a “ir contracorriente”. Y atrévanse también a ser felices.
El Señor llama a algunos al sacerdocio, a entregarse
totalmente a Él, para amar a todos con el corazón del Buen Pastor. A otros los
llama a servir a los demás en la vida religiosa: en los monasterios,
dedicándose a la oración por el bien del mundo, en los diversos sectores del
apostolado, gastándose por todos, especialmente por los más necesitados. Nunca
olvidaré aquel 21 de septiembre –tenía 17 años– cuando, después de haber
entrado en la iglesia de San
José de Flores para
confesarme, sentí por primera vez que Dios me llamaba. ¡No tengan miedo a lo
que Dios pide! Vale la pena decir “sí” a Dios. ¡En Él está la alegría!
Queridos jóvenes, quizá alguno no tiene todavía claro qué
hará con su vida. Pídanselo al Señor; Él les hará ver el camino. Como hizo el
joven Samuel, que escuchó dentro de sí la voz insistente del Señor que lo
llamaba pero no entendía, no sabía qué decir y, con la ayuda del sacerdote Elí,
al final respondió a aquella voz: Habla, Señor, que yo te escucho (cf. 1 S 3,1-10). Pidan también al Señor: ¿Qué
quieres que haga? ¿Qué camino he de seguir?
Queridos amigos, de nuevo les doy las gracias por lo que
han hecho en estos días. Doy las gracias a los grupos parroquiales, a los movimientos
y a las nuevas comunidades que han puesto a sus miembros al servicio de esta
Jornada. Gracias. No olviden lo que han vivido aquí. Cuenten siempre con mis
oraciones y estoy seguro de que yo puedo contar con las de ustedes. Una última
cosa: recen por mí.
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CEREMONIA DE DESPEDIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Aeropuerto Internacional
Galeão/Antonio Carlos Jobim, Río de Janeiro
Domingo 28 de julio de 2013
Domingo 28 de julio de 2013
Señor
Vicepresidente de la
República,
Distinguidas Autoridades nacionales, estatales y locales,
Querido Arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro,
Venerados Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Queridos amigos
Distinguidas Autoridades nacionales, estatales y locales,
Querido Arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro,
Venerados Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Queridos amigos
En breves instantes dejaré su Patria para regresar a Roma.
Marcho con el alma llena de recuerdos felices; y éstos –estoy seguro– se
convertirán en oración. En este momento comienzo a sentir un inicio de saudade. Saudade de Brasil, este pueblo tan grande y de
gran corazón; este pueblo tan amigable. Saudade de la sonrisa abierta y sincera que he
visto en tantas personas, saudade del entusiasmo de los voluntarios. Saudade de la esperanza en los ojos de los
jóvenes del Hospital San Francisco. Saudade de la fe y de la alegría en medio a la
adversidad de los residentes en Varghina. Tengo la certeza de que Cristo vive y
está realmente presente en el quehacer de tantos y tantas jóvenes y de tantas
personas con las que me he encontrado en esta semana inolvidable. Gracias por
la acogida y la calidez de la amistad que me han demostrado. También de esto
comienzo a sentir saudade.
Doy las gracias especialmente a la Señora Presidenta,
representada aquí por su Vicepresidente, por haberse hecho intérprete de los
sentimientos de todo el pueblo de Brasil hacia el Sucesor de Pedro. Agradezco
cordialmente a mis hermanos Obispos y a sus numerosos colaboradores que hayan
hecho de estos días una estupenda celebración de nuestra fecunda y gozosa fe en
Jesucristo. De modo especial, doy las gracias a Mons. Orani Tempesta, Arzobispo
de Río de Janeiro, a sus Obispos auxiliares, a Mons. Raymundo Damasceno,
Presidente de la Conferencia Episcopal. Doy
las gracias a todos los que han participado en las celebraciones de la
eucaristía y en los demás actos, a quienes los han organizado, a cuantos han
trabajo para difundirlos a través de los medios de comunicación. Doy gracias,
en fin, a todas las personas que de un modo u otro han sabido responder a las
exigencias de la acogida y organización de una inmensa multitud de jóvenes, y
por último, pero no menos importante, a tantos que, muchas veces en silencio y
con sencillez, han rezado para que esta Jornada Mundial de la Juventud fuese
una verdadera experiencia de crecimiento en la fe. Que Dios recompense a todos,
como sólo Él sabe hacer.
En este clima de agradecimiento y de saudade, pienso en los jóvenes,
protagonistas de este gran encuentro: Dios los bendiga por este testimonio tan
bello de participación viva, profunda y festiva en estos días. Muchos de
ustedes han venido a esta peregrinación como discípulos; no tengo ninguna duda
de que todos marchan como misioneros. Con su testimonio de alegría y de
servicio, ustedes hacen florecer la civilización del amor. Demuestran con la
vida que vale la pena gastarse por grandes ideales, valorar la dignidad de cada
ser humano, y apostar por Cristo y su Evangelio. A Él es a quien hemos venido a
buscar en estos días, porque Él nos ha buscado antes, nos ha enardecido el
corazón para proclamar la Buena Noticia, en las grandes ciudades y en las
pequeños poblaciones, en el campo y en todos los lugares de este vasto mundo
nuestro. Yo seguiré alimentando una esperanza inmensa en los jóvenes de Brasil
y del mundo entero: por medio de ellos, Cristo está preparando una nueva
primavera en todo el mundo. Yo he visto los primeros resultados de esta
siembra, otros gozarán con la abundante cosecha.
Mi último pensamiento, mi última expresión de saudade, se dirige a Nuestra
Señora de Aparecida. En aquel amado Santuario me he arrodillado para pedir por
la humanidad entera y en particular por todos los brasileños. He pedido a María
que refuerce en ustedes la fe cristiana, que forma parte del alma noble de
Brasil, como de tantos otros países, tesoro de su cultura, voluntad y fuerza para
construir una nueva humanidad en la concordia y en la solidaridad.
El Papa se va, les dice “hasta pronto”, un “pronto” ya muy
nostálgico (saudadoso) y les pide, por favor, que no se olviden de rezar
por él. El Papa necesita la oración de todos ustedes. Un abrazo a todos. Que
Dios les bendiga.
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